REGRESÓ MI ALMA como un tren sin alegría,
Sin viajeros.
Y dejó lejos un trozo de vida, de existencia:
Regresé a mi pueblo
Reflejado en su río con pálida luna.
Contemplé el lugar,
Las onduladas tejas,
El polvo rojo de los ladrillos.
Me alejé después un largo trecho,
Y entré en el bosque como en un templo:
Todo allí era sagrado,
Como si los dioses se dieran cita:
El gran Dios Arbol,
Contemplando a el haya
Perder sus doradas hojas,
Y ¡los chopos sus camisetas!
El erotismo de las flores
Halagadas por el Sol -los animales cortejándose...-
No quise tocar nada, así que
Respiré despacio
Y abracé la tierra.
Más tarde regresé a nuestra playa.
La madrugada me ofrecía su celeste tapiz
Con la justa luz para contemplarla.
Sólo que tú no estabas,
Rey de la Primavera.
Me sentí dueña del mar,
De las estrellas, de toda la Tierra.
Calculé el valor de todo aquello
Demasiada riqueza:
¡Un banquete para hadas!
Los árboles me sirvieron en vasos de plato.
Y tú, que fuiste la chispa,
El rayo que mi cerebro traspasa.
Y mi pobre alma, de amargura empapada, por un momento
Se sintió feliz.
Adelaida Díaz Gálvez