
EL PERDÓN
¿Quién puede juzgar a Dios,
si el decidiera en su alma,
hacer más grande el perdón
que todo lo que creara?.
El ángel rebelde siente
un dolor que lo desgarra,
y en su fuero interno sufre
una terrible batalla.
La intensidad de su luz,
como cegadora llama,
lo empuja a la rebelión
contra aquél que lo creara,
y en su vehemente ambición,
por las celestiales fraguas
acero de doble hoja
se va forjando una espada,
y sobre el poder supremo
soberbiamente se alza.
Se conmueve el firmamento,
de rojo se tiñe el alba
y el ángel de plata y fuego
resplandece como el ámbar,
sus ojos son dos carbones
encendidos como ascuas,
y por el confín celeste
a si mismo se proclama:
“Quien como yo es mi nombre,
lucero de la mañana,
tu trono ha de ser mi trono,
mi palabra tu palabra,
por encima de los cielos
he de fijar mi morada”.
Al punto de sublevarse,
merma, decrece y se apaga,
y aquellas alas de nieve
se tornan dos negras alas.
El recuerdo lo atormenta
como una punzante llaga,
como una sangrante herida
que aumenta y que se agiganta,
y es el abismo absoluto
el vacío de su mirada.
Luzbel llora su soberbia
y tiembla, solloza y calla,
y entre gemido y gemido
compungidamente exclama.
¡Yo que quise ser el Todo,
me veo reducido a nada
y en mi oscuridad deambulo
como sombra desterrada,
voy de horizonte a horizonte
y de una nada a otra nada,
errante como un cometa
que el Universo surcara,
sin rumbo fijo y sin norte,
sin ayer, hoy ni mañana,
por la noche de los tiempos,
perdido y sin esperanza!.
Y alzando su grito a Dios,
desgarrada su garganta,
se oyó el eco de su voz
repitiendo estas palabras.
Perdón te pido, Perdón,
ten compasión de mi alma.
Que fue grande mi soberbia
y terrible mi proclama,
quise conquistar tu trono
y hacer valer mi palabra,
y por encima de ti
quise fijar mi morada.
Perdón te pido, Perdón,
ten compasión de mi alma.
Aquél Querubín rebelde,
hoy tiene blancas sus alas,
por las mejillas de Dios
una lágrimas resbalan,
el Perdón divino rueda
resuelto en perlas de nácar.
Fortu Bitán