Negro velero que en la noche oscura
al furor de las olas entregado,
al rayo expuesto, al temporal airado
por hallar faro y puerto se apresura.
Débil bajel que al huracán se agita
y el escollo incisivo le amenaza
y una lengua de fuego se le abraza
y a sima de pavor lo precipita.
Santa Mujer: como infeliz barquilla
que en densa tempestad se balancea,
será tu Soledad cuando se vea
al paso por las calles de Melilla.
Santa Mujer, a quien amor divino
puso en el corazón bruñido acero,
si es sendero de espinas tu sendero
es destino de glorias tu destino.
El pueblo que te mira y que te llora
y en pos de ti tu soledad comparte,
tiene, Virgen de Amor, para entregarte
un manto que te abrigue en esta hora.
Pues siendo, con Jesús, corredentora,
al árbol de la cruz estás clavada.
¡Oh Virgen, que naciste inmaculada!
¿qué amor te condenó, Santa Señora?
¿Qué viento al arrecife tenebroso
la nave de tu vida, cruel, arroja?
¿Qué mano pecadora te despoja
del fruto de tu vientre generoso?
¿Qué espantoso aquilón ha desgarrado
tu corazón de madre, solitario,
y empuja tu dolor hasta el calvario
de ver morir a un Dios crucificado?
Santa Mujer, que a compasión se entrega
de un mundo que a la cruz la ha conducido,
si espada de traición te ha malherido,
ungüento de piedad ahora te llega.
Si cada cirio que esta noche alumbra
tu marcha dolorosa, Virgen Santa,
y si cada oración, cada garganta
que habrá de acompañarte en la penumbra
de tu trágico andar desconsolado,
el llanto de tus ojos enjugara,
tu acerba Soledad encaminara
a puerto en que acabara tu cuidado;
Si cirio y rezo fueran lugar cierto
que diera a tu dolor benigno amparo,
implorando perdón por tu Hijo muerto
en cada cirio hubiera por ti un faro,
en cada rezo hubiera por ti un puerto.
Amalio Jiménez Segura (Año 1981)