EL COBARDE
Nunca quiso disponer
las escaleras de goma
que oprimen la carcajada
en la cerradura
tupida de su lengua.
Desde muy joven
vio como su motor
desprendía la placenta líquida
en la ilustración de cómo escapar de una bota
tapiada con cañones de plástico.
Con cada trazo,
cosía las uñas astilladas
al mechero encendido
en las ingles
que lo arropaban
sobre la máscara incandescente
de una linterna existencial.
Sin embargo,
las paredes de un estómago,
detuvieron el interrogante
cuando alguien pronunció la hipótesis
de que el poema,
no sería más que una de las muchas mentiras
que se responden
en la inducción "transparente"
de la nada.
Y así,
estacionó la ansiedad de sus brazos
sobre el cartel impreso
en la percha pusilánime
de aquella mujer
que le propuso la tranquilidad
de estacionarse
bajo las lentillas azules
del automóvil.
Según ella,
bastaba con resignarse
a discurrir a través de los alfileres
de alienado en una herramienta
que sólo conoce la sombra
desfigurada en el techo
que la sostiene.
No quiso distinguir la raíz de las luces:
y es que
ya podía distinguir un camino
en los neones arrugados
en la membrana traslúcida
del chaleco reflectante.
Desafortunadamente,
ahora,
se desliza en los pestillos
que aíslan sus hojeras abiertas
en la condena que zanja los conos
sobre la camisa impaciente
de un simulacro de vida.
Es imposible
buscar bajo un blindaje de corbatas,
aquella lengüeta
que algún día,
quiso hacernos discurrir
con la vitalidad espumosa de la savia..
Sin embargo,
no quiere ni puede saber,
quién es el que mueve
el apero metálico por el que fluye.
Sólo así puede entenderse
que su andamiaje mental
se emancipe de su propio cuerpo,
ahora hipnotizado
en la voluntad de mover
la falsedad en el utensilio donde reside,
ignorando que
el organismo que lo mueve,
no sólo fue humano,
sino que todavía sigue vivo,
y está en su propia parcela mojada
bajo la presión artificial
del asfalto.