¿Qué te inquieta,
la siempre bella a mis ojos,
que te desvelas,
y, desasosegada,
no duermes?
¿ Acaso no sabes,
alma mía,
que sigo siendo tuyo,
como el primer día,
que cuando me entregue a ti
lo hice para siempre
y, como sarmiento rastrero,
me agarro a tu figura,
te sigo y te idolatro
y cual yunque dolorido
aguanto los golpes de la vida,
te los evito y protejo,
aunque, torpe,
como piano de agua,
no sepa demostrártelo?
¡Tranquilízate, descansa,
que yo velaré tu sueño!
Emilio Sánchez