PEQUEÑO BONSÁI
El respeto a un ser vivo
debe estar por encima
de un capricho pasajero.
Naciste en la China milenaria, pequeño bonsái,
considerado a lo largo de los siglos
como símbolo de eternidad,
puente entre lo humano y lo divino
para el ser afortunado que alcanzase
el privilegio de llegarte a poseer.
Miniatura vegetal que quisiste crecer
como crecen tus árboles hermanos
y en aras de un arte sibilino,
doctrina taoísta de unos monjes,
o simple capricho de nobles y señores
de lujo refinado y oriental,
fuiste condenado a ser el enano de tu especie.
Pudiste ser un árbol gigantesco
esparciendo generosa sombra alrededor,
reflejando tu hermoso cuerpo en el estanque
mientras flores de loto suspiraban
prendadas de tu majestad.
Pudiste acoger entre tus ramas poderosas
cantarinas aves que con sus gorjeos
alegrarían tus días y tus noches y a su son
mecerías, como un padre, en el nido a sus polluelos.
Pudiste ser refugio de jóvenes enamorados
que al caer la tarde bajo el sol,
cogidos de la mano y enlazado el corazón,
bajo tu cómplice sombra paternal,
con besos de pasión sus promesas sellarían.
Pero no te dejaron crecer.
Cada vez que gestada con amor
en tus frágiles ramas una hojita nacía,
era al instante arrancada de tu ser.
Y, poco a poco, tu cuerpo fueron mutilando
y en árbol enano fuiste convertido
para inútil ornato o capricho pasajero
de quien un día, cansado ya de ti,
para siempre olvidado en cualquier parte,
pequeño bonsái, te dejará morir.