
BEBER A SOLAS
Escanciar el vino, la corona azul.
Tú no estabas a mi lado...
para festejar la abundante cosecha.
Terminar de apurar el líquido
y entonces me alerté, sentí miedo
y volví para atrás de la memoria fallida.
Todas las posibilidades se veían iguales,
una vez tamizadas por la criba inviolable
del tiempo amigo que se dejó absorber.
De las muchos fantasías, tu apareciste tumbada
sobre un lecho mullido de tu recreada imagen,
recostada no lejos de mí, bastante sorprendido.
Miré por el ventanal hacia la casa adivinada
en lontananza asándose bajo los rayos del sol,
pero la puerta de cal y tierra permanecía cerrada.
Me sentí rico, poderososo y agradecido
al destino por la suerte de acompañarte
en el transcurrir penoso de las horas que nunca
vuelven a sonar, aquellas que se suceden como olas
que expiran en el infinito de los sueños.
Mar, sueños, olas; rayos, luna, amor...
palabras que nombran hechos no vividos.
No entendía nada de cuanto a mi alrededor
se sucedía que me hiciera sin intervalos
recapacitar aquel extraño momento
de incierta luminosidad. El calor sofocante
se colaba por el ventanuco junto al polvo
del camino ardiente fundido sobre la cama.
Sólo empañaba la felicidad de mi corazón
la amenaza siempre posible de aquel eterno
rival agazapado en lo más recóndito
de las sombras que poblaban los recuerdos.
Ese fiero enemigo que mora eternamente
en la imaginación de todo aquel
que se sabe amado a pesar de ello.
La cancela de la casa se entreabrió del moho:
nadie asomó su rostro de fantasma...
Y decidí mejor seguir bebiendo, aun sin ti,
y reconocer la dicha del ser consciente
de mi buena fortuna.