y un silbo de luz huye
llorando
por la fría soledad del
cielo.
Enlutadas golondrinas
vuelan piando
y gotas de rocío, como
lágrimas ardientes,
en su inmenso sentir van derramando.
En su triste vagar de aves
errantes
surcan el espacio, de
cielo a tierra,
para caer como exhaustos
caminantes.
Junto al tronco gris de la
palmera
que llora con pesar su
desconsuelo,
una humilde voz,
temblorosa, reza.
Gime la palmera y de su llanto
el eco
traspasa la penumbra lado
a lado
con la grave sonoridad del
verso.
Surca la bóveda celeste un
rayo
como espada flameante y dolorida,
como un fiero grito
desgarrado.
Y mientras tú, en la
mazmorra fría,
sientes la presencia de la
muerte
con la triste lucidez de
tu agonía.
El mortal beso que unge tu
frente,
es beso de piedra, de
adiós y de esperanza:
¡un beso redentor sobre tu
cuerpo inerte!
Todo es consumado. El
ángel te arrebata
y llorando parte hacia el
ámbito infinito
dejando en su dolor a la
fría madrugada.
Queda de luto el mundo y
un sol marchito
alumbra de sangre los
lejanos palmerales
entre fondos de celaje
enrojecido.
Y nubes temblorosas
escupen a raudales
la lluviosa tempestad de
su tristeza,
derramando unos llantos
torrenciales
que apura con dolor la
madre tierra.
Martin J. Schneider