cruzando desnuda el silencio.
El manso cielo se enojó,
las estrellas enfurecieron.
Abandonó el mar la sirena...
Admiré su hermosa silueta.
De repente, sus ojos me observaron
entre la sugerente niebla.
El brillo de sus lágrimas
denotaba ternura,
delataba esperanza.
Era una sirena enamorada.
Nunca nadie me miró así.
Ramón Álvarez
Melilla
11-2-1999