Dolores Loyzaga |
¿Alguien no cree en el amor puro? ¿Alguien piensa que sólo
es un simple motivo para un poema romántico, o un tema para el guión de una
película?
El amor existe, se ve, se
transmite; se palpa en el ambiente cuando se desprende por los poros de la piel
de una manera natural.
El amor es: comprensión, ternura, dedicación, ilusión; es sentir muy adentro un estremecimiento total… indescriptible. Angelines y Manolo me lo demostraron.
El amor es: comprensión, ternura, dedicación, ilusión; es sentir muy adentro un estremecimiento total… indescriptible. Angelines y Manolo me lo demostraron.
Sentados uno frente al otro,
apenas separados por una pequeña mesa, con sus manos suavemente entrelazadas;
jugaban con el hermoso lenguaje de la mirada hasta que un leve murmullo de ella
rompió el silencio.
No se lograba escuchar lo que se decían, sus voces apenas
acariciaban el aire que les rodeaba; pero se intuía el amor que se profesaban
en cada uno de los movimientos de sus labios; apenas dos o tres palabras y de
nuevo “el silencio”.
Miradas de complicidad y extremadamente tiernas, sin
soltarse sus dedos ni un instante; planes, vivencias, esperanzas e ilusiones…
todo lo compartían en ese corto espacio de tiempo en que se les permitía estar
juntos día tras día, preguntándose cuándo podrían compartir de nuevo todo eso
durante las 24 horas, pero era imposible saberlo con certeza.
Ella sonreía dulcemente mientras observaba cada milímetro
de su cara, cada trozo de su cabello; memorizando su imagen para no olvidarla
hasta el día siguiente en que llegase la hora de estar juntos de nuevo. En esos
momentos eran dos chiquillos enamorados, llenos de compresión y cariño; de
todas las cosas que inundan un ser cuando ama a una persona y es correspondido,
algo que parece existir sólo en la mente de algunas personas llenas de
fantasías; pero, viendo escenas como estas, te das cuenta que ahí están,
que no es algo tan extraño y que es un regalo que se apodera de los corazones,
sólo hay que sentirlo y saberlo ver en quien lo siente.
El la miraba como un niño asustado, con los ojos brillantes
y algo húmedos, le hablaba un tanto sonrojado, le decía que muy pronto estarían
juntos de nuevo, aunque internamente no estaba tan convencido; ella, con un
dulce susurro le decía que se cuidase mucho para que pudiese regresar al día
siguiente.
De vez en cuando llegaba alguien a verla y él,
prudentemente y contento de eso, se retiraba para que hablasen con su amada,
sin terminar de apartar ni un segundo su cariñosa mirada de esa persona a la
que tanto quería.
Cuando volvían a quedarse solos, se sentaba de nuevo frente
a ella entrelazando sus manos otra vez; había mucha gente, pero para ellos
estaban solos, se veía como se llenaban el uno del otro.
Llegada la hora de la despedida, Manolo tomaba tiernamente
la cara de Angelines entre sus manos y ella a su vez, pasaba sus temblorosos
dedos por la cara de él mientras se acercaban y se daban un tierno beso en los
labios.
Con sus piernas hinchadas y su andar cansino, Manolo
cruzaba el umbral de la puerta deseando que su compañera por más de 50 años,
siguiera allí cuando él regresara a ese hospital al día siguiente; mientras,
ella le miraba, rezando para que él pudiese regresar a su cita diaria.
¡Esto… es Amor!
Dolores Loyzaga