Marta Dunphy |
Cuando me mudé
a este enorme país solo sabía de él lo que había visto en las películas. Y
aunque es cierto que las ciudades son más bien urbanizaciones interminables con
un núcleo en medio de rascacielos de cristal, las escuelas son todas calcadas y
el concepto de salir a dar una vuelta es ir al centro comercial, EE.UU no es
exactamente como yo imaginaba.
Cuando yo vivía
en mi España natal, jamás de lo jamases se me habría ocurrido venir a un sitio
de estos. Pero sinceramente, considerando que a los americanos les gusta más un
“grupo de ayuda” y un “problema” más que a un tonto un lápiz, pues decidí
abandonar mis prejuicios e inscribirme al grupo en mi centro social local.
Por supuesto,
insistieron tanto mi jefe como mi marido a que me apuntara.
Total, que el
primer día llego, me apunta un señor con un serio problema de sobrepeso y un
acento inteligible al grupo y me dice que es la segunda puerta a la derecha
(“second door on the right”). Bueno, de hecho lo que yo entendí fue “seguro que
todo va a ir bien” (‘s all gonna be alright) pero claro, entre su acento y mi
oído la confusión estaba más que justificada.
Total, que ando
ese pasillo perfecto, llego a la puerta número 12 y me encuentro un cartel que
me dejó, francamente sorprendida:
“El club de las
histéricas.
Por favor, pase
sin llamar.”
Me quedé
mirándolo perpleja. ¿Qué quería decir? ¿Histérica?¿Quién?¿Yo? ¡Si hombre, lo
que me faltaba por escuchar! Histerica… HIS-TE-RI-CA…
Y al verme
dando vueltas como una loca por el pasillo, siempre pasando por delante de la
puerta e indignándome cada vez que releía el cartel me entró un ansia viva de
fumar. (Aclaración: cuando nos mudamos a EE.UU. le juré y le perjuré a mi
marido que dejaría de fumar. Y eso hice. Pero la verdad es que cuando las cosas
se sacan de quicio me transformo mediante una grotesca metamorfosis en un
monstruo adicto a la nicotina, entre otras cosas.)
Entonces me di
cuenta de un pequeño detalle. Estaba dando vueltas a un pasillo. Yademás con
muy mal humor y sin motivo apartente. Era un sin sentido.
Definitivamente, estaba histérica. Asi que resistí mi tentación de salir
a fumar un cigarro, agarré el pomo de la puerta, respiré hondo y lo asumí, “Soy
una histérica.” y pasé sin llamar.
Primera Reunión
Creo que lo que
más me impactó al entrar por la puerta fue la nube de humo que flotaba sobre
las cabezas de las demás “histéricas” en la sala. Todas tenían un cigarrillo en
la mano. Todas, excepto una chica muy rubia y excesivamente delgada en un
chándal azul de Tommy que miraba a las demás con cara de asco.
Lo siguiente
que me impactó fue el contraste entre la imagen que te venden en televisión y
la realidad. En las series más populares, todas las mujeres que acuden a estas
cosas son chicas esbeltas, multiculturales, elegantes cada una a su manera y
con ganas de apoyarse unas a otras. En este caso, la realidad era más una
imagen Dantesca de ese estereotipo que otra cosa. Es verdad que era
multicultural, había mujeres de cada raza en el mundo… pero todas habían
sufrido el efecto embriagador de la globalización y les habría venido bien
repartir más equitativamente los kilos que tenían, porque a algunas les
sobraban muchos y otras definitivamente necesitaban más.
No me hicieron
ningún caso cuando entré en la sala y las miré como un niña recién llegada a la
guardería. ¡Pero si ni si quiera estaban hablando entre ellas! Todas
fumaban con ansia en silencio, mirando al vacío.
Entonces
escuché a mis espaldas una voz exageradamente entusiasta diciendo:
“¡Oh! ¿Pero qué
tenemos aquí? Señoras, tenemos una nueva invitada a nuestro club.”
Cuando me dí la
vuelta a ver de donde salía ese grito tan repipi, no pude evitar sonreír al
haberme topado con el primer estereotipo cumplido desde que estaba alli. Stella
era bajita, rubia platino y definitivamente se había pasado con el sol cuando
era jóven tanto como a su mediana edad se estaba pasando con el gimnasio.
“Querida, ¿Cómo
te llamas? Y ¿Qué te trae a nuestro pequeño club.”- Sonrío y pude ver sus
dientes brillantes de porcelana que parecían teclas de piano.
“Soy Carmen y…”
“¡Chicas… esta
es Carmen! ¡Decidle hola a Carmen!”
“Hola,
Carmen.”- Murmuraron al unisono.
“Vamos, chicas,
no lo ha oído. ¡Otra vez! ¡Hola Carmen!”
“¡Hola
Carmen!”- Repitieron más fuerte pero con la misma desgana.
“¡Estupendo!” –
Stella me cogió por el brazo y me sentó en la silla vacía más cercana a ella.-
“Bueno, vamos a empezar.” Se puso las gafas de diseño que llevaba
colgadas al cuello con una cadenita.- “Te vamos a explicar un poco la dinámica
de nuestro grupillo.”
Alguien murmuró
algo al final de la sala y Stella continuó hablando más fuerte, con tono de
reproche, llamando al orden.
“En este club,
nos ofrecemos apoyo unas a otras. Nos contamos nuestros problemas…” (“Ya
empezamos con los problemas…que les gusta a esta gente un problema”- pensé) “…
y entre todas intentamos calmarnos y llegar a una buena solución.”- Volvió a
enseñar el teclado-
“¿Alguna duda?”
“Si, ¿No está
prohibido fumar en espacios públicos?”
Rió de una
manera muy irritante.
“Pues si, pero
el alcalde que es un EN-CAN-TO, nos ha hecho una excepción porque considera que
es un medio necesario para que estas reuniones funcionen.”
“¿Qué marca
fumas?”- Preguntó, cogiendo una caja de detrás suya donde había paquetes de
todas las marcas.
“¿Tenéis tabaco
de todas las marcas?” -Pregunté sorprendida.
“Claro,
querida, estos programas los patrocinan las tabacaleras.”
Y sin hacer ni
un comentario sobre todo lo que se me pasaba por la cabeza sobre la explotación
de los males ajenos, la venta del alma a las grandes empresas, etc. cogí un
paquete “gratis” de mi vicio habitual y empecé a escuchar ataques de histeria
ajenos.
Tengo que
admitir que cuando me tocó a mi, no me hizo ninguna gracia tener que contarle
mi vida a esa pandilla de extrañas histéricas y depresivas.
Pero Stella me
dió un por saco tan grande, además del peor tipo que te pueden dar, el
entusiasta y supuestamente comprensivo, que acabé contándoles a esas amargadas
el por qué de estar ahí sentada.
Creo que jamás
he echado de menos a mis amigas tanto como en aquel momento, mientra que
escuchaba frases de motivación tan estándar y tan cliché. Mis amigas estarían
muertas de la risa y rajando de estos personajes, señalando lo tristes que eran
aquellas mujeres y lo falsa que era Stella.
Pero una
pequeña voz, a la que yo intentaba por todos los medios acallar, me repetía
“Si, pero tu también estás aquí y es por algo.”
Total, que
entre la pesada de Stella y la voz (de la que ya me encargaría de acallar
luego…) me convencieron de contar uno de los motivos de porque los dos hombres
más influyentes en mi vida a día de hoy me habían chantajeado para que
viniese a esta jaula de grillos.
Todas estaban
fumando, menos Rosmary (la medio anorexica/deportista) que seguí con su cara de
asco patentada. Y como soy débil, pues admito que me encendí uno. Miré las
caras de todas las presentes. Excepto Stella, que seguía con esa sonrisa de
anuncio de dentífrico, todas me miraban con una cara de aburrimiento que habría
echo que cualquier artista se retirara de su carrera y se dedicara a la vida
contemplativa en medio de un bosque.
“No se que
decir.”- Dije por primera vez con completa sinceridad.
“Cuéntanos,
¿Por qué estas aquí?”
“No lo sé.”
Por primera vez
vi una pequeña sonrisa, o más bien, una relajación de la cara de tacón, de
algunas de mis compañeras.
“Ninguna lo
sabíamos cuando llegamos.”-Sonrió Stella- “A todas nos han obligado a venir
nuestros psiquiatras, novios, maridos, amigos, jefes… ¿Quién te ha obligado a
tí?”
Solté una
carcajada. Me parecía increíble que esta señora, que bien podría haber sido la
mujer de un presidente o la cabeza de una secta, admitiera abiertamente que eso
que ella llamaba un club era más bien una papelera para mujeres con problemas
de nervios a los que nos obligaban moralmente a ir los que nos tenían que
aguantar.
“Mi marido… y
mi jefe creen que necesito aprender controlar mis… impulsos emocionales.”
“Vamos, que te
han dicho que eres una histérica.”
“Más o menos.”-
Miraba al suelo mientras admitía esta ridícula realidad. Vi como mis compañeras
ponían esa sonrisa que te nace en la cara cuando escuchas que a otra persona le
ha pasado lo mismo que a tí y lo ve tan ridículo como tu.
“Señoras, por
favor, que levante la mano a la que alguna vez la hayan llamado histérica.”-
Dijo Stella, levantando el brazo con entusiasmo. El resto de las mujeres
levantaron la mano desganadas, pero debo admitir que, aunque sea tonto,
me sentí consolada al ver que había más histéricas en el entorno que yo.
“Como ves,
nuestro club no se llama así por gusto.” -La luz del sol se reflejaba en sus
dientes blanco nuclear.- “Normalmente hay un momento un momento o
acontecimiento que desencadena todo este proceso.”
Le pegué otra
calada a mi cigarro y, tras pensar unos segundos mirando al vacío, respondí-
“Creo que fue el día que me enteré de que estoy embarazada.”
Todas me
miraron con alegría y luego con horror cuando le fui a pegar otra calada al
cigarro.
De pronto, y no
se exactamente como, se montó un revuelo sin sentido. En un segundo me vi como
Stella me arrancaba, histérica, el cigarro de las manos y se apresuró a abrir
las ventanas como si hubiesen tirado bombas de gas tóxico en el edificio. Por
primera vez en toda la noche vi como le estaba costando mantener la sonrisa,
era obvio que me quería pegar dos bofetones por no pensar en la salud de mi
futuro hijo.
Todas las demás
habían apagado sus cigarrillos en los vasos de café como si de barras de
dinamita se tratasen y me miraban como a una asesina en el patíbulo.
Murmurando entre ellas con desaprobación y recogiendo apresuradamente sus
cosas.
“Bueno,”- dijo
rápidamente Stella, intentando controlar el tono algo más agudo de su voz-”creo
que por esta semana hemos terminado, señoras. La semana que viene continuaremos
con nuestro debate.”
Todas se
marcharon de la habitación murmurando. Stella había perdido por primera vez su
sonrisa característica y mientras cerraba su caro bolso murmuró.
“Genial… Por
supuesto, le tendré que explicar a nuestros patrocinadores el cambio de circunstancias…
espero que no pase nada por unos meses…”- Respiró hondo y me miró,
volviendo a coser esa sonrisa a su cara- “Felicidades y bienvenida a nuestro
pequeño grupo, Carmen.”
Y, sin más, se
marchó. Sólo quedaba una persona en la habitación.
“Felicidades.”-
Rosmary sonrió por primera vez -”Ah, y gracias.”
Se marchó y yo
me quedé en la austera habitación, que obviamente no había sido reformada desde
los ochenta, repasando los absurdos acontecimientos de la noche hasta que el
bedel me avisó de que iban a apagar la luz.
Segunda reunión
Mi marido me
obligó a ir. De hecho, me condujo hasta la puerta y se esperó a que entrase
antes de irse en nuestro pick-up rojo.
El portero
estaba sentado viendo una serie en el ordenador y casi ni levantó la vista
cuando le di las buenas tardes.
No tenía
ningunas ganas de ir. Pero no tenía dinero para un taxi y todo estaba a más de
una hora andando. Pasando del tema.
“El club de las
histéricas. Por favor, pase sin llamar…”
“Si, si, lo
sé.”-Me murmuré a mi misma, abriendo la puerta.
Milagrosamente
la nube de humo había desaparecido… Stella tenía que haber contratado a equipo
de Mr. Propre para borrar hasta la última huella del patrocinador. En vez de
eso, la mesa estaba repleta de muffins de una marca muy conocida, también habían
puesto una máquina de nespresso. Oh, prometía ser tan divertido. Me sentí
cruel, pero con lo rículo que me seguí pareciendo todo esto, tenía que buscarle
el lado divertido de algún modo.
Marta Dunphy