Las palabras se quedan cortas
para describir lo que percibían mis ojos.
Aquel lejano día surgió por encima de la montaña
un monstruo formado por los deseos
insatisfechos de mi alma.
Creí escuchar una voz que a la calma me llamó
y que, firme, me conminaba con su autoridad perentoria
a enfrentarme a aquella terrible y maldita ilusión
que a mí ya no me importaba para nada.
Rechacé la propuesta y di la espalda al esfuerzo
que procuraba el final de mis arrestos.
No te lo puedes ni siquiera figurar...
Pero la voz me amenazaba
con destrozar mi vida para siempre
si yo no me atrevía a arrostrar las consecuencias
de mi desfase de otros tiempos períclitos.
Es que yo creía que ya no eran míos,
que se difuminaron
en el espacio...
aquel estrecho reducto en donde la purificación
sólo era válida si te dejabas quitar el premio de tus tesoros.
Mas no quise:
resistí y me opuse y desobedecí la orden.
Sentí
insuflarme del poder primero que infunde la rebeldía
como un rayo fulminante que te crece y que me cubrió todo...
Aquí estoy parado, pensando que acierte la palabra
a descomponer el hechizo de mis enlutados delirios.
Ahora, si miro a alguien, no entiendo qué cosa pueda ser...
Ser
o no ser
es la palabra de la creación
muy propia del individuo
que se expande
en la tierra de promisión
y que arroja su fruto
sin semilla
para arraigar en las entrañas de lo fértil.
Malbaratar y derrochar la vida con tal después de atesorarla.