Autorretrato de Vicente Enguidanos |
Anoche
al salir de la Villa, en Benicasim, y dirigirme a mi despacho, en la parte
trasera de la casa, pude observar las luces de las viviendas contiguas a mi
terraza, la cual se veía iluminada y al levantar los ojos pude ver la causa;
era la luna. Una luna llena que
resplandecía radiante, devolviendo la luz aportada por el astro rey, el Sol,
que desde la otra parte del planeta, emitía incansable sus incandescentes rayos
de fotones, como resultado de la reacción termonuclear existente en dicha
estrella.
La
iluminación de la terraza era tenue, matizada, fría, congelada, pues fue
la sensación que experimenté al quedarme quieto admirando el cielo, un cielo
tachonado de estrellas brillantes, perlas preciosas sobre un fondo oscuro,
negro profundo.
Noté
algo especial, y al analizar ésta impresión, pude comprobar que era la quietud;
una calma que detiene el tiempo y el movimiento. Ni una de las hojas de los
árboles se movía ni siquiera las ramas de la palmera de mis vecinos, que se
elevaba majestuosa hacia la luna llena, la cual se encontraba en aquel momento
en el centro mismo, parecía que las palmas hicieran un nido para acogerla.
El
contraste era de un belleza indescriptible, incomparable, pues la luz azulada,
límpida y fría, hacía juego con las sombras producidas por la palmera; dándome
la sensación por un momento, de una foto congelada de distintos tonos azulados,
en gradación del suave al más condensado.
Durante
unos segundos permanecí atento, intentando captar ese momento indefinido de
quietud, de pureza, de paz; de algo que a veces no sabes lo que es; pero
notas en tu interior que algo especial está pasando y queda grabado en tu
corazón para siempre; parecido a la puesta de sol captada por el fotógrafo y
que luego, al ver la instantánea sientes la energía, notas la fuerza y vibras
con la belleza de ese momento que puedes revivir.
Vicente
Enguídanos Garrido
Benicasim
(Castellón)