Triste, risueño, apresurado, calma,
pero nunca se detiene, ni por frío,
ni por mucha calor que haga.
Inexorable, sin mirar, pasa,
sin reparar en nada,
sin importarle mi dolor,
ni mi vida sin esperanza.
Y conforme él pasa,
mi vida, vacía, se gasta,
sin que una cara risueña
me alegre la mañana,
sin recibir un “te quiero”
nacido en lo profundo del alma.
Aún así necesito esa clara luz,
que con dulzor me caricia la cara,
cuando sus rayos luminosos
acuden puntuales a mi ventana.
¡Oh, tiempo cruel, detente!
Ten algo de caridad cristiana
y haz que la mañana sea eterna,
que el día sin fin se alargue
y nunca llegue la noche aciaga,
que en la noche como noche
todas las luces se apagan
y mucho me temo que la mía
esté dando su última llamarada.
Emilio
Sánchez
(Poema inspirado por un jubilado durante la visita
que hice a la residencia geriátrica, donde su familia lo tenía recluido. Quince
días después falleció, creo que de pena)
Melilla, septiembre de 2012