Poema de Isabel Oliver
La noche rumiaba miedo, los olivos se agitaban.
Se apagaron las estrellas y brillaron las espadas.
Fuiste prendido en silencio. Sin defensa te llevaban,
maniatado, ante una suerte negra de pena manchada.
¿Quién vestido de vileza se acercó cual alimaña
y puso un beso en tu rostro, de muerte, de hiel e infamia?
¿Qué vale una vida digna? ¿Cuánto vale aquél que andaba
sobre las aguas del mar, y a la muerte le arrancaba
de entre sus brazos de niebla las vidas que se llevaba?
Treinta monedas no más. Treinta monedas de plata
pagan la traición, la envidia, y a Herodes aportan calma.
Tu reino no es de este mundo, y te mantienen clavada
una corona de espinas; y entre burlas te proclaman:
¡Salve, rey de los judíos! ¿Dónde tu cetro y tu espada?
¿Dónde tu caballo blanco? ¿Dónde tu pueblo y tu raza?
Sosteniendo la desdicha llevas una cruz pesada.
Caes, y vuelves a caer, y del suelo te levantas
sucio de sangre y de tierra; sucia de insultos el alma,
llenos los ojos de lluvia de turbia rabia callada.
¡Qué cáliz te da a beber la ingratitud exaltada!
Tu madre sale a tu encuentro en la madrugada amarga.
Sus ojos manan dolor. Sus labios una plegaria:
¡No me dijiste, mi Dios, cuando por ti fui preñada ,
que vería un día así al hijo de mis entrañas!
Yo, que he tejido sus venas con amorosa prestancia
con el hilo carmesí que da la vida… ¡Y es tanta
la impotencia que me aqueja al no poder preservarla!
Mis pechos fueron de azúcar. Mi leche tibia mamaba
mientras le daba mi amor condensado en una nana.
Mis manos fueron palomas de mimo, de seda y agua…
¡¡No me dijiste, mi Dios, no me dijiste que estaba
convirtiendo a un niño en hombre para que me lo mataran!!
El cielo de lirio negro. La tierra brama enlutada.
La cruz llora tu sudor de sal, de miedo y mortaja.
(Hexadecasílabos)
Del libro Veinte años de poesía