Juan Tomás Frutos (Dcha) |
Texto y poema de Juan Tomás Frutos leídos en la entrega de la Medalla
de San Isidoro a Juan A. Pellicer
Hay personas a las
que uno llama con el término “amigo” por compromiso. Otras veces uno habla sin
pensar, y dice, efectivamente, amigo. En ocasiones, forzamos la máquina del
discurso, y nos dirigimos a alguien como amigo (cuando no podemos hacer otra
cosa). También sucede que hay personas a las que, de manera confusa, o por
confusión, por equivocación, hablando con propiedad, les llamamos amigos, y
luego no lo son.
No es el caso que me ocupa esta tarde. Ninguno de
los referidos me vale de ejemplo para mi presente discurso. Esta tarde, sin
vacilación alguna, estoy con un amigo, y, como dirían en Bailando con Lobos, lo
grito a los cuatro vientos: Juan Antonio Pellicer es mi amigo del alma. Lo es
por muchos motivos.
En los últimos años, Juan me ha hecho muchos
regalos: me ha dado su confianza personal y profesional, en el ámbito
organizativo incluso; me ha introducido como director de una revista que él
edita, me ha hecho partícipe de un sinfín de actos, de conferencias, y de
presentaciones, esto es, de mejoras, en definitiva, de mi calado intelectual y
cultural. Tener a alguien así es un regalo, y, en los tiempos que corren, casi
un milagro.
Tengo mucha suerte. Siempre la he tenido. Y la tengo
aún. Juan Antonio es un signo de ello. Con él aprendo, y mucho, y, además, me
encanta que sea una persona capaz y siempre dinámica en los menesteres que nos
unen, que son, reitero, muchos.
Paralelamente, es un infatigable trabajador, con una
enorme fuerza de voluntad, puntual, y entregado al método. Por eso consigue
tanto en el territorio de la excelencia, por la que siempre debo darle la
enhorabuena.
Fue, recuerdo, un auténtico tesoro conocerle en
AERMU. Y es una fortuna compartir este proyecto en la Unión de Escritores, así
como en la revista Letras de Parnaso, sin olvidar actos que, como éste, lucen
tanto. Es, nuestro Juan, un buque insignia.
De sus compromisos y méritos para el reconocimiento
de esta tarde se ha hablado mucho, y bastante exponemos aquí. Corroboro el
conjunto, y me fijo, fundamentalmente, en el hecho que más valoro en estos
tiempos convulsos: es, por encima de todo, una buena persona, es buena gente, y
por eso presumo de amigo, porque él también lo es -amigo- de los suyos. Hay
empatía entre los dos, y solemos reconocerlo en el ámbito privado, e,
igualmente, en el público.
Por ende, gracias, amigo Juan Antonio Pellicer, por
compartir mesa y mantel en tu vida y por ser solidario en la ambición de
aprender y de estar en sociedad de la mejor manera que los dos comprendemos:
desde la cultura.
Podría seguir hablando y hablando, y quienes me
conocen saben que soy muy capaz, de un amigo como el que subrayo aquí. Los
amigos son joyas tan valiosas que siempre les brindamos insuficiente tiempo,
por mucho que aportemos a la hora de considerarlos. También en esta ocasión me
quedo corto al aludir a Juan Antonio.
Por eso, cuando no sé qué decir, porque tengo
demasiado que referir, me cobijo en mi gran pasión, la poesía; y por ello
terminaré, si me lo permiten, dedicándole un poema. Va por ti, Juan Antonio.
Gratitud eterna
Vienes a mí
sin guión, con ganas
de remontar la vida, de dar
mucho amor, de ése que tú conoces
como nadie, como el mejor.
Me ofreces el compromiso diario
por una cultura que es requisito de futuro,
que tenemos a gala defender.
No somos Quijotes ni Sancho Panzas,
pero sí nos gusta reflejar
que los sueños son la base de los deseos
que nos otorgan la felicidad.
Un poco de esa dicha la conseguimos juntos,
y eso supone una unión real para siempre.
No sé cuál es el plan de la existencia
para ambos:
solo sé que posee un equilibrado y dulce sentido
cuando acompasamos actividades,
que nos parecen dadas.
Hemos derivado a la amistad
desde el placer del oficio de escritores:
lo seguiremos nutriendo
con conciencia, bondad y amor.
Éste es mi compromiso esta tarde.
Y los compromisos, como sabes,
tú que también eres de palabra,
están para cumplirlos.
¡Gratitud eterna para Juan Antonio
por enseñarme cómo se comporta un amigo!
Recibe un ingente abrazo.