Ana Julia Martínez Fariña |
Artículo de Ana Julia Martínez Fariña
que describe infortunios habituales de la vida cotidiana
Cuando
estás esperando una llamada durante toda la mañana o toda la tarde, de pronto
piensas: “si salgo un momento para comprar el pan, malo será que en esos diez
minutos, llamen”, pues efectivamente ese
“malo será”, se convierte en un “es” como la copa de un pino, llaman y tú no
estás en casa a menos que les dejes el móvil pero si no es así y te llaman a
casa, fijo que te van a llamar cuando te hayas ausentado.
Si
sales de casa y para ganar tiempo se te ocurre dejar la cocina encendida
mientras que bajas otros diez minutos a comprar el periódico (por ejemplo), se
quemará lo que estés haciendo en unos minutos escasos en los que parece
imposible que ocurra puesto que habías estado pendiente de la comida y parecía
como si le faltara mucho para terminar la cocción.
No
tienes garaje propio, vas de compras, de pronto te surge un imprevisto y tienes
que volver a casa a recoger unos papeles importantísimos que apremia entregar
en el día, paras en casa para recogerlos, se te ocurre parar en doble fila
porque se trata de dos minutos, subir, cogerlos de encima del baúl de la
entrada y bajar, (no va a pasar nada), pero sí ocurre. Alguien te ha visto
entrar en casa, te conoce y está aparcado justo detrás de ti, es decir, le
obstaculizas la salida con tu coche, por tanto, va a timbrarte porque le ha
surgido una emergencia y tiene mucha prisa, tú acabas de entrar en casa; y se
dan varios factores: los papeles no están donde tu pensabas pero las llaves del
coche sí las has dejado encima del baúl de la entrada y las de casa puestas de
la parte de dentro de la puerta; total: que miras quien te llama a través del portero automático, ves que se
trata del vecino que está en un apuro y por tu culpa no puede salir
escopeteado. Te sientes culpable.
Sales
como impulsado por un muelle.
Resumen:
Dejas las llaves del coche sobre el baúl de la entrada, las de casa por la
parte de dentro del apartamento, bajas a
toda prisa por la escalera olvidando que tienes ascensor, te tuerces un tobillo
y ya no puedes seguir bajando por las escaleras porque ya no avanzas a prisa y
el dolor comienza a manifestarse. Ahora sí esperas el ascensor en un piso más
abajo pero el ascensor está ocupado y no acude.
Te
das cuenta de que no vas a poder retirar el coche porque las llaves las dejaste
en casa pero tampoco puedes ir a buscarlas porque las llaves de casa están
puestas por dentro. El dolor del tobillo continúa y crece. Ya ni te acuerdas de
los papeles que ibas a recoger tan importantes a casa porque lo que más apremia
es todo lo que se te ha venido encima en cuestión de escasos minutos.
Al
final, llegas como puedes abajo, el vecino está cabreado pero al verte en una
situación tan embarazosa se calma. Él es el que tiene que llamar a un
cerrajero para que te abra la puerta de
casa y recupere las llaves y todo lo que se tercie porque tú, con las prisas
también vas desprovisto de móvil.
Un
cúmulo de despropósitos que tienen un nombre además de guiño burlesco del azar:
La Ley de Murphy.
Concluyendo:
Mujer prevenida vale por dos y Hombre prevenido vale por dos.
Por
muy estresado que uno esté: lo mejor es actuar con método porque como dijo
Napoleón Bonaparte: “Vísteme despacio que tengo prisa”.