Ana Julia Martínez Fariña |
Artículo de opinión de la escritora y locutora gallega miembro de la UNEE Ana Julia Martínez Fariña
Gran parte de nuestro optimismo, entusiasmo y vitalidad,
se basan en un hecho biológico. Hay una gran diferencia entre esperanza de vida
número de años que vivimos en realidad y duración máxima de la existencia, es
decir: El número de años que podríamos vivir
si no se interpusiera nada en nuestro camino.
El proceso inexorable de envejecer no es para saltar de
alegría pero tampoco tiene por qué ser, la cámara de los horrores.
El entusiasmo, el
optimismo, las ganas de aprender, de divertirse, de crecer como persona,
la curiosidad, el interés por todo lo que nos rodea, el ejercicio físico y
mental, una alimentación adecuada y sentirse en paz consigo mismo y con los
demás, son baluartes suficientes para
emprender un viaje que nos podría llevar a soplar un gran de número de velas
con suficiente oxígeno en los pulmones y una sonrisa en los labios.
El Dr. Robert Carney, médico de la Universidad de
Washington, sacó la conclusión tras varios estudios, que la depresión era un
indicador de problemas cardíacos más influyentes que otros factores, incluida
la edad, el tabaco, etc.
Noel K. Jonson, (autor de libros sobre la
longevidad), pasados los 90 años, realizaba por los menos, tres horas
de ejercicio diario, corrió hasta siete veces el maratón de NY, con un tiempo
cinco horas y cuarenta y dos minutos, cuanto era un “mozo” de 83 años.
Justo al terminar la maratón de 1989, voló al Cáucaso
Soviético, donde dijo a los periodistas:
“Hay una anciana de 110 años que quiere bailar conmigo”.
Considero que no hay que rendirse jamás.
Intentar no tener tan presentes ideas preconcebidas sobre
la edad y la actividad física y la salud.
Un espíritu lúdico también ayuda a sentirse bien porque es
el deseo de disfrutar de la vida y de las pequeñas cosas. Es un salvoconducto
para recorrer la travesía de la vida con plenitud. No preocuparse demasiado
anticipadamente, porque lo que tiene solución se arregla y lo que no ¿para que
darle vueltas si no tiene solución? No se debe luchar constantemente contra los
elementos.
Y no tener miedo del final. “Vivir como si fuese el último
día y trabajar como si fuésemos a ser eternos”. Es una frase que alguien dijo y
que dejó escrita y que tiene mucha enjundia.
Trabajar para ser mejor persona, para saber más, para
cuidar el cuerpo, el alma. Para cuidar las amistades y las relaciones que valen
la pena. Caminar con la mochila ligera: sin rencores y sin miedo.
Yo he tenido la suerte de conocer a personas así. He visto
a una señora de 96 años jugando al fútbol con su biznieto. A un hombre de 93,
conduciendo su vehículo todos los días con el entusiasmo y la seguridad de un
joven, recorriendo distancias de 300 kilómetros sin
pararse a descansar. A un señor de 95, cultivando su huerto, aseándose solas y
subiéndose a un tractor con la agilidad de un mozalbete. A mujeres de más de
80, bailando en la discoteca con sus mejores galas y en fin… no voy a seguir
enumerando casos así, aunque podría hacerlo.
Todo esto, me ha llevado a pensar que merece la pena,
apostar por no darle demasiada importancia al paso del tiempo a niveles
negativos porque, como todo: se puede ver, según el cristal con que se mire.