Poema de Ana María Catalá
la religión no practico,
no soy de misas diarias
ni siquiera, de domingos.
No me confieso hace un
siglo
ni tomo la
comunión
pero tu sabes Señor,
que yo te llevo conmigo.
Se que peco de pereza
para asistir a tu iglesia
como es mi obligación,
pero aunque de tarde en
tarde,
cuando entro por sus
puertas
lo hago con devoción.
Soy consiente de que a
veces,
se crean dudas en mi mente
de que existas en verdad,
y que le temo a la muerte
mas que por perder la vida
por si después de que muera
no te pudiera encontrar.
Se que dudo de la
Biblia
al leer muchos pasajes
a los que no hallo cordura,
pero a pesar de mis dudas,
mi fe por ti sigue viva.
Creo que naciste y viviste
en este mundo en su día
que andantes por los
caminos
predicando tu doctrina.
Que muy pocos comprendieron
tus palabras tan divinas,
que por salvar nuestras
almas
no dudaste en dar la vida.
Por eso cuando te veo
en esa cruz suspendido,
tu cuerpo lleno de llagas
con tu cara ensangrentada
por la corona de espinas
y veo tus pies y tus manos,
con dolor y rabia digo:
¡Quíen pudiera! haber
luchado
contra aquella injusta
gente
y haber podido librarte
del martirio y de la
muerte.
¡Quién pudiera! haber
estado
aquel día en el calvario
y arrebatarles los clavos
que al madero te clavaron.
¡Quién pudiera! haber
parado
aquella lanza asesina
que atravesó
tu costado.
¡Quién pudiera Señor mío!
haber podido hacer algo
para salvarte la vida.