Martínez Fariña |
Colaboración de la escritora y locutora gallega, miembro de la UNEE, Ana Julia Martínez Fariña
Cuando
yo era una niña soñaba con ser artista; en la música, el arte y hasta incluso
el cine centraba todas mis aspiraciones. A pesar de mi marcada e insuperable
timidez, era tanta mi vocación por todo lo relacionado con estos temas que si
hubiera tenido la ocasión de subirme a un escenario para sacar lo mejor de mí
misma, me habría olvidado de que un día llegué a tartamudear a la hora de
hablar con un desconocido. Pero nos hacemos mayores y si no hemos podido llevar
a acabo nada de lo soñado, volcamos en nuestros hijos toda nuestra fuerza
creadora, un poder inusitado que deseamos transmitirles para que lleguen a
obtener aquello que nosotros no hemos conseguido Y no solo que lo logren , si no que sean los
mejores y alcancen la cumbre del éxito.
Y
todo este empeño se afianza y agranda cuando solo tenemos un hijo. Él o ella
pasa a ser como un “espejo ustorio” donde se concentra toda la energía.
Mi
hijo Carlos había heredado mis aficiones artísticas pero siendo un estudiante de
arquitectura y por miedo a que su carrera se viera en peligro, yo
prefería que se dedicara a ella “en cuerpo y
alma” Es lo que siempre le inculcamos su padre y yo pero sobre todo yo
(he de reconocerlo).
El
motivo en el fondo tal vez era que yo que no había conseguido satisfacer mis
ilusiones artísticas y temía que a él le ocurriera lo mismo y se sintiera frustrado.
He de admitir que aún así me hubiera encantado verle triunfar en algo así pero
tenía miedo que lo perdiera todo por apostar demasiado.
Ayer
entró en el salón y cual no sería mi sorpresa cuando me dijo:
- Mamá, este verano voy a interpretar una de mis
composiciones musicales en el “Teatro Emporio”. Está dedicado a ti. Si quieres
puedes cantar a dúo conmigo. Si aceptas habrá que empezar a ensayar.