Poema de José Antonio Fernández
y con la lengua ahogada de
silencio
voy y vengo
desesperadamente
de fuera a dentro,
algunas veces con la
lengua hasta el borde del mar,
sabiéndome que se hunde:
que no sabe nadar sin
ropa,
que la boca se me
atraganta de sombras
cuando la saliva se me
enreda entre los dientes
y no se derrama a gritos
cuando, como llagas
en carne viva
vienen de fuera a dentro
para estrangularme la
lengua y teñirla de amarillo
que es cuando,
desesperadamente
la bilis avanza a nado
garganta a bajo
para desembocar en lo más
hondo, en la cima
más alta de este corazón
mío, azulado, algunas veces.
Entonces me detengo,
de tanto dolor asumido y
sumido en agua amarga
que se me vuelca corazón
adentro,
y de pie ante la fuente
que enreda mis dientes,
ahoga mi boca
o riega de bilis este
corazón, azulado algunas veces,
y rojo siempre,
bebo la sed que derraman
los caños
de dentro a dentro,
y es entonces cuando,
desesperadamente,
me salpica de fuera a
dentro,
y avanzo:
como herido, sangrando el
agua:
como manantial a llaga
viva,
sin conformarme a golpes
de lágrima,
y avanzo,
hasta la fuente de dolor
vuelto al cielo abajo
donde beben las nubes,
dando gritos
para injertar la rosa que
me prende desde los labios
y poder besarla, pétalo
a pétalo,
no en la fuente,
dando gritos,
avanzando,
besando la rosa, ya
injertada, boca
a boca,
inclinándome hasta cada
uno de los caños.