Poema de Antonio
Carmona
salvaje,
ni una sola gota del río aquel,
sediento,
ni una sola gota de palmera,
aquella de dátiles amargos,
ni una gota de las fuentes,
ni una gota de diluvio calmó la sed
de su lengua tamazight.
Hay cuervos alimentados por sueños amazigh,
huertas hasta el río y una ciudad de cartón
construida en una noche por Estopiñán,
un ancla a la entrada del puerto
y un disparo de cañón.
Hay milenios en los rifeños de habla dura.
Sus voces de un remoto tiempo,
cuentan a los niños y habitan en sus sueños,
que son los Imazighen. Aquel mar
seguía acechando y seduciendo
con el rugido de su vientre, con su sal.
Los proscritos que llevan marcada
la huella del toro saltaron
la valla de la vergüenza. Hubo noches
de miradas grises.
Guardiaciviles con oficio
se enfrentan a la desesperación.
La ciudad es un fuerte, la marca,
la frontera, la injusta,
cuatro lenguas, cuatro miradas.
El pinar de esta parte de la alambrada
tiene piñones de alas y huellas en la resina.
Hay pisadas amazigh.
Es suya la tierra que también es la mía.
Recrimino a San Agustín por ser bereber.
Recrimino a Massinissa por su traición a Sifax,
y a Sifax por ser Sifax.
Recrimino el año I del calendario agrario
del faraón amazigh Sheshon I,
al dátil del oasis de Siwua su lujuria,
a la lasciva almendra sus promesas,
a Jugurta su muerte ignominiosa,
al Papa Melquíades su connivencia,
al emperador Macrino sus sandalias,
a Zinedine Zidane su magia, y a Juba
su sabiduría. Recrimino
a Abd-el-Krim porque no era el tiempo del Chacal.
A mí me riñó una estrella tan grande como una mano.
No quise conquistar a los godos con Táriq.
En Córdoba fui un buen muladí.
Ahora soy un traidor que denuncia a su ciudad,
que denuncia a este y al otro lado de la frontera
pecado mortal;
que denuncia pecado mortal en la sinagoga,
en el Sagrado Corazón, en la pagoda
y en la Gran Mezquita donde reza el chelja.