La pintura, al igual que la fotografía,
posee el mágico poder que todos alguna vez anhelamos de detener el tiempo, de
captar un instante fugaz que cuando el artista de por terminada su labor, ya
pertenecerá al pasado. Esto, en la pintura de bodegones, paisajes o retratos,
se hace menos perceptible, el transcurrir de ese tiempo se traduce en
variaciones de luz, y por tanto de color, como muy bien supieron captar los
impresionistas.
Pero será en el género grande de la pintura por excelencia, el
género histórico, donde el artista se debe esforzar por plasmar ese segundo, ya
sea real o imaginario, en el que los personajes, el entorno, sus gestos, su
situación en la obra..., son los adecuados para transmitir la esencia de los
hechos narrados. Ha habido maestros a lo largo de la historia del arte que
incluso llegan a conseguir transmitir la narración sin que el espectador
conozca los acontecimientos de antemano. Hoy les quiero hablar de uno de esos
genios, Michelangelo Merisi, más conocido como Il Caravaggio.
Pintor barroco y maestro del naturalismo
tenebrista, tuvo su primer acierto al "vulgarizar" a los personajes
de sus cuadros. Personas normales, gentes del pueblo, aunque representaran a
protagonistas sagrados. Esto le trajo no pocos problemas con los estamentos
eclesiásticos escandalizados ante la excesiva humanización de personajes sacros
que llegaron a su culmen con La Dormición de la Virgen (Museo del Louvre.
1605-1606), en el que, al parecer, en un intento de realismo máximo, tomó como
modelo el cadáver de una mujer que apareció ahogada en el Tíber.
Pero vayamos a escenas más agradables y
tomemos como ejemplo de esa maestría en la narración, mediante la gesticulación
de los personajes, dos de sus grandes obras.
Incluso para los más profanos, la escena
está clara. Tres personas, especialmente dos de ellas, se sorprenden ante el
gesto de un cuarto, personaje central de la obra. Se narra el episodio plasmado
en Lucas 24: 13-35, "...cuando se puso a la mesa con ellos, tomó el pan,
pronuncio la bendición, lo partió...se les abrieron los ojos y le
reconocieron". Comprobamos primeramente lo ya comentado en cuanto a la
humanidad de los personajes; el posadero, los dos apóstoles e incluso el propio
Jesucristo son representados como personajes habituales, más bien de clase
humilde, de los que poblaban cualquier
localidad de la época.
Jesús, con un rostro dulce y sereno,
muestra el recogimiento que el momento merece pues esta bendiciendo el pan. Su
mano izquierda sobre este, pero sin tocarlo, derramando sobre él sus dones. La
derecha proyectándose hacia el espectador en un gesto que también podríamos
interpretar de bendición. A su izquierda, uno de los discípulos abre los brazos
con los dedos crispados en un gesto mezcla de admiración y asombro, a su
derecha, el que parece encargado del mesón asiste intrigado a la escena. Y por
último el, quizás, más llamativo del conjunto, el personaje que tenemos frente
a él y de espaldas a nosotros. Da la impresión de que de un momento a otro
vamos a asistir a como se levanta en un acto casi de terror; la cabeza
proyectada hacia delante, incrédulo, las manos aferradas a los brazos del
sillón, los brazos tensos...incluso Caravaggio, para añadir aún más tensión a
la escena colocó en primer plano un objeto en precario equilibrio, el frutero
de la mesa, que pasa casi desapercibido, algo así como un elemento subliminal
que nos hace percibir con más intensidad el reencuentro inesperado de los dos
apóstoles con su maestro.
Como vemos una escena, que si
prescindimos de su título, bien podría tratarse de una escena costumbrista en
cualquier taberna romana del siglo XVII. Con más claridad aún, si cabe, rostros
y manos, ayudados por el efecto del claroscuro, del que Caravaggio también fue
un maestro, nos narran a la perfección lo que está sucediendo. Jesucristo,
acompañado por un apóstol, tal vez Pedro, irrumpen en un local en el que el
recaudador Mateo está realizando su labor de contabilidad junto con otros
personajes. No hay lugar a la duda, sabemos lo que hace Jesús ahí, sabemos a lo
que ha ido, su gesto es claro, contundente y dirige nuestra mirada hacia el
grupo en el que, por si quedaba alguna duda, el propio Mateo se señala a si
mismo con gesto de asombro. Dos alguaciles también miran con curiosidad a los
recién llegados y solo permanecen ajenos a la escena, los dos compañeros de
Mateo que persisten en su labor de contar el dinero, algunos han querido ver en
esto una lección para aquellos que absortos en lo material no son capaces de
percibir la presencia de lo divino.
Sin duda, podríamos decir que Caravaggio
fue un auténtico "reportero" bíblico que fotografío como pocos, los
hechos acaecidos en aquella remota Palestina de comienzos de nuestra era. Así
lo atestiguan, además de los ejemplos aquí citados, otras obras como La
Crucifixión de San Pedro o La Conversión de San Pablo. Sin duda recomiendo al
lector la búsqueda y contemplación de estas obras. A fin de cuentas, es lo que
siempre pretendo al escribir estas modestas líneas, contagiar algo de mi pasión
por el arte a todo aquel que tenga a bien leerme.
Javier Sánchez Páramo, miembro de la UNEE, es Grado en Historia del Arte.