Mariana Feride, poemas


                                                                                

Escalofrío

Huérfano, agachado en la esquina de la noche,

insecto sin importancia

observa la luna.

Canta el bosque, encanta al aire, aúllan las tinieblas.

Sus alas tiemblan al ritmo de la selva,

el germen se entrega al follaje,

vibra la carne.

El frescor transita su cuerpo,

aterra,

los cielos abren y reciben en la misma cadencia. 


Recoge  lo que queda de tu cuerpo,

                                                                                           no hay cementerio sin ceniza.

                                                                                                                              

Vibración                                                                                     

Todas las mañanas sin tiempo,

un ardor devora mi mudez.

Entonces salgo al mar,

y en mi ojo las olas juegan con tu silueta,

allí, en tan lejano horizonte.

Mi grito, silbido de albatros,

esperanza y látigo sobre la solidez de la piedra,

infra canto de sirenas ocultas y soledad.


Arte de otoño

Solitario, elegante, el puente cuelga entre dos pilares delicados

como dos ojos de una novia indecisa .

Próximo,  lo sagrado, la madera que lo compone,

desliza su alma ante la piel del peregrino.

Mece, hechiza, cuida el alma colindante,

para mantenerse encima del abismo y resistir.

Abajo, el agua de plata provoca con su austera belleza vestida de otoño.


No me veo

No me veo, padre, no me veo desde este valle de dolor,

desde esta maleza que me sofoca, desde esta montaña de indolencia,

desde tu palabra que me agarrota permanentemente

y no me mata de una vez.

No me veo, padre, no me veo creciendo,

me quejo a ti ahora

porque a quién quejarse uno sino a su padre cuando el río se sale del cauce,

se arroja sobre las aldeas y las destruye,

a quién quejarme si no a ti

cuando el paso largo del tiempo se convierte en pesadilla;

a quién ofrecer el pasto verde crudo si te has llevado las ovejas

y los caballos y lo manso del aire.


Ante la nada

Temo que un día, mis pasos no dejarán su música en esta hermosa esquina,
hojas secas domarán el aire y se quedarán mis lagrimas en el olvido.
No crece la gracia entre arboles viejos, ni hierba entre piedras preciosas,
sólo la mente puede cantar en sí misma, preparando la silueta de los pensamientos.
Así, la carne se marchita en los años, añorando con falsa tristeza algo nunca plantado,
dejando la esencia entre los cielos y la tierra.
Temo que leyes desbordadas, cuidarán mis palabras ante la nada, ante el viento y la gota
que puedan darles vida, refrescar su sentido, hacerlas sin muerte ante el zenit.
Temo al miedo que puede cantarme una nana común, entre los lagos en tierras raras,
¿Dónde espera la nave que quiere llevarme, dónde la conciencia hace de madre?
Temo que un día, hojas secas dominarán el aire y en esta hermosa esquina,
las lagrimas se harán palabras, y el zenit buscará un nido entre piedras y frías paredes.


Loa a la sombra que soy

Abro los ojos,
bien abiertos
permitiendo al silencio que me trague,
Soy una sombra
y pertenezco al futuro .
Rompo mis pensamientos
           
No tengo instinto
vuelo en piloto automático para guiarme.
Solo las aves me enseñan sendas ocultas.

Mi sombra en mi fuerza
es un soneto que lanzo al trueno.
Admiración
construyendo nuevas naves,
nuevas leyes
al universo que soy.


Como Ulises

De ti desconozco todo:
la ausencia de tu aliento en mis madrugadas
en mi café de la mañana
donde solo mi sabor despierta
y se queda esperando .
No sé nada de tus pasos
solo lo que tu me cuentas 
como un diario interminable .
Sé que muchas veces te pierdes entre árboles
escuchando mi voz.
Cuentas vidas que no son tuyas
con una linea tan exacta
como si hubieras estado allí presente .
           
Nada sé de ti
me quedan solo los amaneceres
que matan mis sueños y confunden mi sangre .
Conozco solo tus ausencias en mis madrugadas
tu aliento en mi taza de café
y recuerdo que una vez
nos hemos casado en una gran estación
y luego has desaparecido entre los mares
dejando a tu joven Penélope
oliendo a hilo envejecido .
           
Vuelves de vez en cuando,
me muestras tu esencia,
tu cordura
 y desapareces
acudiendo desesperado
a la primera llamada de las sirenas .
Aquí queda  enredando el viejo hilo,
oliendo a esperanzas y amor perpetuo.


La muerte del toro

Han pasado tres días desde que
la mirada del toro comprensible y tierna
se volvió sobre la gente.

Ojos grandes, inocentes
La sangre corre
rojo, demencial.
Hasta en la Plaza Mayor
donde la discoteca móvil
hace saltar las mentes
en un baile tremendo.
Tú...te levantas...despacio
yo... busco en la silla que dejaste
esperando encontrar el poco calor de tu cuerpo.
El toro se muere.
La sangre se vuelve loca
con toda la fuerza, por todas las calles,
hasta mi cabeza.
En la Plaza Mayor, donde tú dejaste
el calor de tu cuerpo junto con el corazón
el toro se muere.
La sangre corre demencial, cubriendo todo.
Tú te marchaste a un sitio que no es tuyo
a unos brazos fríos que no te esperan
mientras el río de sangre aumenta
y el toro se muere...


Dibujo del día

Preparación previa: una hoja blanca y lápiz.
Como elemento determinante de esta inédita composición,
elijo el cuerpo humano.
Pongo la línea limpia y decidida.
Pienso: ¿Perfección?
Y de repente la línea se vuelve loca,
la boca se convierte en ave libre,
el beso se coloca entre los ojos
rojo, intenso.
Aparece la mirada de mi padre
tierna pero firme
al sur de mis tierras,
y mi pie bello, hasta impertinente
sale de una bota rota de charol.
La línea continúa su camino
hasta el pecho de tu amante
que guarda el perfume de un niño
recién nacido,
y baja buscando la perfección,
modelando el deseo que péndula
entre tu pierna rosa pálido
y el talón seco cansado.
Mirando esta línea loca,
fogosa y dulce
decido que ya tengo el dibujo del día
y cierro en un circulo la eternidad.   


Escribir trayectoria

Cansada por vivir
vidas ajenas
me quedo en la mía.
Abro ojos y corazón,
aprendo.
La célula madre,
toca el tiempo ,
su forma imaginaría ,
imprecisa .
Me quedo aquí
inquieta
decidida
sabiendo que el tiempo
nace de cada uno,
nada perdido,
solo te vive de otra forma.
Me quedo aquí
viva
para escribir mi trayectoria
y sentir la magia de estar ,
la vida y su aliento
me quedo.

Mariana Feride está galardonada con el escudo de oro de la Unión Nacional de Escritores de España.