Javier Sánchez Páramo |
Artículo de Javier Sánchez Páramo
El pasado año se conmemoraba el
centenario de la aparición de una extraña corriente cultural que se conoció con
el nombre de Dadaísmo. Dicho centenario pasó con más pena que gloria y
probablemente eso hubiera enorgullecido a sus creadores. Si tienen la amabilidad
de seguir leyéndome, les explicaré el porqué.
El Dadaísmo fue un movimiento artístico,
o más correctamente, intelectual, que se asocia a las vanguardias de principios
de siglo. Quizás, el más peculiar de todos y el más radical, pues su objetivo
fue desmitificar el arte y los artistas, hacerlos desaparecer, destruir
"lo artístico". No trataban de ser una alternativa, ni crear nada
nuevo, tan solo renunciar al arte.
Los orígenes del Dadaísmo se remontan a
1916, cuando en Zúrich, en el Cabaret Voltaire, un grupo de artistas exiliados
de la Iª Guerra Mundial participan en una serie de reuniones, puestas en común
y lo que hoy llamaríamos performances.
En lo artístico, si es que es lícito dar
ese enfoque al Dadaísmo, contraviniendo sus propios preceptos, había cierta
tradición romántica en los aires de derrotismo, de desengaño, de melancolía.
Había ciertas coincidencias con el futurismo, en cuanto a la destrucción y
negación del pasado y del academicismo que debía servir como catarsis para el
arte. Había un incipiente surrealismo. Había, en definitiva, como en todo
movimiento artístico, influencias e inspiraciones que, por supuesto, eran a
menudo negadas, pues si Dadá no es nada, nada podía haberlo llevado allí.
En lo estrictamente histórico, podría
pensarse que fueron los efectos de la Gran Guerra; (frustración, desengaño,
impotencia...) los que generaron este resentimiento contra lo artístico y lo
estético, contra, a fin de cuentas, la idea de plasmar la belleza pues quizás
ni siquiera había una belleza que plasmar. Pero ya desde el siglo XIX el mundo
artístico estaba sufriendo una serie de hechos que desembocarían en los
cambios, más o menos drásticos, que traerían las vanguardias. Por ejemplo, se
estaba dando una separación cada vez mayor entre el arte y la sociedad desde el
empoderamiento de la burguesía. Por tanto, la Iª Guerra Mundial, pudo ser un
empujón al movimiento dadaísta, pero en absoluto la única causa.
Dadá es y no es. Dadá, en palabras de su
gran abanderado, Tristan Tzara, ya lo hemos dicho, no significa nada. Dadá es
un artista sin obra, un arte sin objetos, una provocación, un
desenmascaramiento de lo irreal de la religión, el arte, la belleza, la
deificación del artista, es una denuncia directa a cómo cualquier cosa o gesto
cobra valor, no por su calidad artística, intelectual o técnica, sino por la
firma de su autor.
Quizás, en este sentido, el ejemplo
paradigmático sean los famosos "Ready-mades" de Marcel Duchamp. Valga
como ejemplo aquel famoso urinario que firmado y expuesto se convirtió en un
icono del arte del siglo XX.
La forma de acabar con la farsa y la
vacuidad del mercado artístico era el nihilismo, la destrucción, la negación de
todo, incluido el arte. Y allí, en el Cabaret Voltarie, difundieron lo absurdo,
lo irrisorio, ridiculizaron también lo moderno y vanguardista. Obviamente, con
un programa que no proponía nada y negaba todo, el recorrido de aquel grupo fue
corto, no fue más allá de los tres años. Pero, consecuentemente, para el
Dadaismo esa perdurabilidad, o falta de ella, no tenía ninguna importancia.
Pese a todo, Dadá tuvo importantes ecos en Nueva York, Berlín o Colonia.
El cauce de expresión de los dadaistas del Cabaret Voltaire, entre los que podríamos nombrar a Hugo Ball, Hans Arp o Marcel Juno, eran los manifiestos de Tristan Tzara, donde el nihilismo era el protagonista absoluto pero que, paradójicamente, se convertirían en paradigma de los manifiestos vanguardistas, creando casi un género literario propio, pues pese a lo complejo que puede resultar a priori comprender las motivaciones de un movimiento que dice no ser un movimiento ni tener motivaciones, estas quedaran expuestas de forma más que aceptable; El mejor de los sistemas, es no tener ninguno. Medida en la escala Eternidad, toda acción es vana. Dadá está en contra y a favor de la unidad... son algunas de sus reveladores frases.
El cauce de expresión de los dadaistas del Cabaret Voltaire, entre los que podríamos nombrar a Hugo Ball, Hans Arp o Marcel Juno, eran los manifiestos de Tristan Tzara, donde el nihilismo era el protagonista absoluto pero que, paradójicamente, se convertirían en paradigma de los manifiestos vanguardistas, creando casi un género literario propio, pues pese a lo complejo que puede resultar a priori comprender las motivaciones de un movimiento que dice no ser un movimiento ni tener motivaciones, estas quedaran expuestas de forma más que aceptable; El mejor de los sistemas, es no tener ninguno. Medida en la escala Eternidad, toda acción es vana. Dadá está en contra y a favor de la unidad... son algunas de sus reveladores frases.