Antonio Carmona |
A propósito de Caballo
muta a cebra de Antonio Carmona
Todo
destino trágico parece tener su origen en la desmesura y, como tal, quien parte
de esa visión con respecto al mundo, me refiero a la visión del mundo como tragedia,
corre el peligro (o no) de sacar a la luz aspectos insospechados y oscuros de
nuestra condición humana.
Esto,
en cierta manera, es ponerse contracorriente, en una sociedad que pretende
controlarlo todo, donde el poder político y el económico intentan censurar o
promocionar, según sus intereses.
De ahí que la
poesía, el poeta, deba tomar posición frente a ese estado de cosas: o bien
adaptándose a sus reglas, o bien rebelándose para no caer en sus trampas.
Pues bien, esto
último es lo que hace Antonio Carmona en su libro Caballo muta a cebra, publicado por Ediciones Idea Aguere, dándonos
una visión del mundo que, aunque cercana a la tragedia, esta se atempera con un
lenguaje donde lo poético y lo cotidiano, la imagen precisa y trabajada y el
decir de cada día, se mezclan de forma que producen un libro sugestivo y, al
mismo tiempo, señalador de nuestros errores y nuestros miedos.
Porque todos
somos conscientes de que hemos sido arrojados del paraíso. Porque, cuando
supimos del bien y del mal, no tuvimos el suficiente valor ni la suficiente
sabiduría para elegir, y nos pudo ese lado oscuro y demoledor .
Verdugos y
víctimas a un tiempo, buscamos desesperadamente un rescate mientras la capitulación transpira sin condiciones.
Este libro de
Antonio Carmona, tercero de sus publicaciones, está dividido en seis partes,
una de las cuales, “Enero”, la constituye un solo poema con el mismo título y
que parece un poema de tránsito entre las dos primeras partes y las tres
restantes. Dos primeras partes que podemos considerar como una reflexión sobre
el origen de esa pérdida y la constatación de vivir en un tiempo oscuro donde
la dignidad es figurada porque sirvió de
alimento, con la presencia inevitable de la duda, a la que conjura en el
hermoso poema “Informe para Claudio”, en el que expresa el deseo de
Que, por fin,
si descubre un antropólogo
al cabo de unos milenios tu osamenta,
que vea las huellas de tu valentía
y las heridas de tus miedos.
Pasado el
laberinto de nieve del poema Enero, llegamos a las consecuencias que esa
pérdida de paraíso supone para nuestro intento de huida, a través de una
metamorfosis , que, como la del caballo que muta a cebra, nos haga invisibles, entre enjambres de mosquitos y rugidos,
versos que dan título a la penúltima parte del libro donde un hombre acribillado por diez mil mutaciones/ se hizo otro hombre.
Antes, ya nos
había advertido el poeta en la parte del libro titulada Acecha la vida eterna, la necesidad de emprender un camino de
despojamiento, que afecta también al propio lenguaje, con versos de escasa y
certera adjetivación. Poemas donde la muerte, aparece como parte de ese
despojamiento.
Volviendo a Entre enjambre de mosquitos y rugidos,
la parte más larga y densa de este libro, la visión del poeta se mueve entre la
desazón y la esperanzas, aun a sabiendas xe que no existen los milagros.
El paso del
tiempo, la vejez, la muerte, se abren paso aquí con la contundencia y la
certeza de quien lo asume y lo reivindica, para los otros y para sí mismo,
porque Aquellos pájaros- usted lo sabía-
esculpían su epitafio. Y esa cercanía al acabamiento hace que su visión sea
más lúcida porque:
Viajamos cada cual a su modo,
con la mueca de la verdad,
aún estupefactos,
mirando la ruleta pararse
en el número de la gran duda.
Los poemas de
este libro parten de una mirada desde fuera, a la incorporación de un yo que
luego se convierte en un tú y en un nosotros. Mutaciones necesarias, tal vez
para llegar a esa parte Del corazón,
la última del libro, donde el poeta vuelve a dar otra vuelta de tuerca, en la
que, a pesar de todo, nuestro paladar
todavía reclama miel.
Un libro, pues
que denuncia nuestra mudez conformista y nuestra queja estéril. Una invitación
a que nos preguntemos por esa necesidad de hacernos invisibles ante nuestras
propias culpas, y en el que se hace evidente la madurez poética y vital de su
autor.
Cecilia Domínguez, Premio Canarias de las
Letras.
Antonio Carmona es vocal honorario de la Unión Nacional de Escritores de España.