Quisiera ser el fuego
que temple tus frías noches de invierno,
el espejo que te devuelva
el más fiel reflejo de ti mismo,
la mano que acaricie tu espalda
cuando la que esté herida sea tu alma,
el faro que te alumbre el camino de baldosas amarillas
que lleva hasta mi casa.
Quisiera ser el arrullo de la paloma
declarándose a pecho descubierto,
el tiempo que todo lo cura,
la raíz que se amarra a tierra
y que emerge, regia, de ella,
el atrapasueños que te regale, de mí,
un primer beso.
Quisiera ser el hilo y la aguja
que remienden tu amargura,
el suspiro que haga estremecer
a tu carne trémula,
el respaldo de la silla
que cada día te sustenta,
las notas de aquel viejo piano
que hablen de los dos.
Quisiera ser fuerte, vencer miedos
y derribar barreras,
decirte que los fantasmas no existen,
que el coco quedó atrapado en nuestra niñez,
que soy guerrera,
y que pretendo librar una justa batalla
en pos de tu corazón conquistar.
Esta noche, amor mío, dejaré la puerta abierta,
por si decides entrar.
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