“Prefiero los errores del entusiasmo a la
indiferencia de la sabiduría”.
(Anatole France)
De cómo no asumir la indiferencia
Mi querido amigo Bernard, comienzo mi
respuesta a tu amable carta dejando patente a través de mis letras la primera
de las motivaciones que las tuyas me han trasmitido. Esto es, la NO
indiferencia. Subrayo esto porque es precisamente el hecho de tener en
consideración, y por tanto no ser indiferente, ante la opinión, el parecer, el
punto de vista del otro lo que hace posible la intercomunicación o
interrelación bien desde el plano real (el que se puede intuir como cercano) o
el emocional (el que se puede sentir como certero).
Dejan tus letras un cierto sabor a
tristeza por el hecho, según me comentas, de sentir “no ser tenido en cuenta”, “no
importar”, “no ser capaz de trasmitir”, etc.”
Vaya por delante que no me gustaría que
mi respuesta quedase enmarcada como una de las comunes mantenidas en los
divanes de los profesionales de los trastornos emocionales, -que ni soy ni
aspiro a ser- (caso que en dichas consultas se sigan utilizando estos estéticos
aunque incómodos mobiliarios).
Lo que me comentas, o mejor dicho, lo
que envuelto en esa sensación mitad frustración mitad rabia, me trasmites, mucho
tiene que ver –entiendo- con la indiferencia. Indiferencia a la que
podemos referirnos desde dos planos, dado que como toda forma de “relación
humana” (la negación de relación puede ser otra forma de relación), que tan
directamente nos afecta.
Es cierto que el tener a veces las
sensaciones a las que te refieres: “no importar”, “no interesar”, “no despertar
interés”… mucho tienen que ver con nosotros, con nuestra aptitud -incluso con
nuestra actitud-, con nuestra forma de “estar” en nuestro medio, nuestra manera
de relacionarnos, de expresarnos, nuestra capacidad de adaptarnos al entorno o
manejarnos en el hábitat que nos haya “tocado” en suerte. Es cierto. Pero no es
menos cierto que también esas percepciones (y no tan percepciones) también
tienen mucho que ver con los demás, con los otros. Es decir, como en otros
campos de la vida, podemos intentar adentrarnos en aquello que nos preocupa
desde distintas ópticas. Será por tanto útil de cara a nuestra paz interior,
además de beneficioso, que sepamos colocar en su justa medida el valor o el
peso del “conflicto” dado que de ello dependerá la positiva y gratificante o no
(frustrante) resolución del mismo.
Estoy convencido que la indiferencia no
deja de ser un acto de cobardía; una actitud donde el hombre opta por quedarse
“voluntariamente” relegado en su silencio por miedo a ser herido,
menospreciado, repudiado…. Es por tanto en este punto donde será bueno valorar ¿cuál
es nuestra parte de “responsabilidad” en el hecho de no ser
entendidos/aceptados?
Decía Benedetti que “la perfección es una pulida colección de
errores”, y de ello podemos deducir
que son precisamente ellos, los errores, sobre los que de alguna manera debemos
ir cimentando como parte de nuestro éxito, entendiendo por éxito la paz del espíritu
y el equilibrio de la emoción.
De nuevo la Poesía nos sale al
encuentro. De nuevo se nos “propone” como bálsamo -cuando no como respuesta-, a
tantas incertidumbres. De nuevo podemos encontrar en ella la senda desde donde
comenzar a inventarnos porque nos brinda la oportunidad –dependiendo de nuestra
exigencia- de vislumbrar las luces y las sombras entre las que nos vamos
manejando.
Siguiendo con Benedetti observa como
nos invita a través de sus versos a
“Defender
la alegría”:
“Defender
la alegría como una trinchera,
defenderla
del escándalo y la rutina
de
la miseria y los miserables,
de
las ausencias transitorias
y
las definitivas,
defender
la alegría como un principio defenderla del pasmo y las pesadillas,
de
los neutrales y de los neutrones,
de
las dulces infamias
y
los graves diagnósticos …”.
Una propuesta sincera, honesta, que
sale del corazón, que contagia, que invita a seguir creyendo en nosotros.
O quizá en esta otra donde los versos
parecieran “empujarnos” a seguir
“creyendo” en nosotros.
Theodore Roosevelt
EL
QUE CUENTA
“…El mérito recae exclusivamente
en
el hombre que se halla en la arena,
aquel
cuyo rostro está manchado
de
polvo, sudor y sangre,
el
que lucha con valentía,
el
que se equivoca
y falla el golpe una y otra vez,
porque
no hay esfuerzo sin error
y
sin limitaciones. …”
Quizá, y con esto me despido, una
buena forma de luchar contra la indiferencia que decimos sentir por parte de
los demás, radique en comenzar a adquirir conciencia de todo cuanto en nuestro
interior fluye. Como decía Tolstoy “A un gran corazón, ninguna ingratitud lo
cierra, ninguna indiferencia lo cansa”. Poniendo en valor todo lo que somos
capaces de hacer y sentir –grandes o pequeñas cosas- pero siempre desde la
libertad, la coherencia y el profundo respeto hacía nuestra condición de seres
humanos, no pensando tanto en “si gustará” como “¡que completo y realizado me
he sentido!”.
Un abrazo, amigo. Sigue bien.
Juan A. PELLICER
(J. de
Molay)
Leer poemas y textos de J. Pellicer pinchando aquí.