La herencia
Inexplicablemente, como todos
los atroces actos que cometemos,
golpeé a mi perro sin piedad alguna
por un simple destrozo en las dalias del jardín.
Tal vez mi ciego impulso obedeciera
al hecho irrefutable
de ver tanta belleza mancillada
por un extraño ser que no comprende
los daños que ocasiona y mucho menos
el severo castigo que le inflige
quien finge amarlo y lo acaricia a veces
y vierte cada día a manos llenas
en su plato los dones de la vida.
En un extremo del jardín mis hijos
me miraban con desolados ojos,
pues no podían, acaso, comprender
tanta violencia. En ese mismo instante
una tarde lejana
afloró con su herida en mi memoria,
pues recordé a mi padre en un acto semejante
y yo igualmente lo miraba
desde un rincón con doloridos ojos.
Caerán los años
y –¡quién sabe!– tal vez el tiempo torne
mucho más vulnerable mi conciencia,
pero habrá de ser ya irremediable
que la dureza instale su ceguera
en los vírgenes ojos de mis hijos
y ellos también, con desabrido gesto,
descarguen su impotencia sobre un perro
y atónitos sus hijos los contemplen.
(Del libro “La llaga presentida”)
Como esta tarde oscura de septiembre,
Otras tardes sin luz ocupan mis cuadernos.
Es el frío. La soledad y el humo.
El viento gris que agita los cipreses,
la tierra y el olvido; son sus signos,
la blanca desnudez del arce en ciernes.
Qué semejante
es esta opacidad a la tristeza
que anuncia los inviernos.
No pesa el tiempo ni pesa la materia
helada que soporta sus estragos;
es el lento exterminio de las sombras,
la huella de lo amado,
los pertinaces huecos de lo ausente
y su silencio.
Mucho más que los años,
pesan los muertos.
Nos queda la noche para estar solos.
No cierres la ventana, deja que entren
los ruidos de la luna y las cigarras,
el olor de la hierba en el jardín,
la vieja melodía
del agua resbalando en su quijero.
Escucha conmigo el rumor del mundo,
y así, si alguna vez la desmemoria
llegara a arrebatarnos este instante,
tan solo con abrir una ventana
a la luz de la luna,
al agua de la noche o a las cigarras
que apuran su canción en estos días
milagrosos y ardientes del verano,
sabríamos sin duda que fue cierto
este intenso latir de nuestros pulsos
y que juntos vivimos esta dicha
de amar y ser amados, aunque entonces
seamos incapaces de acordarnos.
(Del libro “Tu voz, que ahora importa”)
Pedro Antonio Martínez Robles es miembro de la Unión Nacional de Escritores de España.