Manuel Fernando Estévez Goytre
Una noche. Una borrachera. Un sueño. Aquel día había sido de órdago. Graduación. Copas. Fiesta. Aún notaba el alcohol haciendo estragos en mi cuerpo. Y mis compañeros…, no daban tregua: «te presento a Gabriela», «¿te gustaría conocer a Eliana?», y la grata conversación acabó en un delicioso baile con una de ellas, y el baile en mil besos cálidos y húmedos, y los besos en una declaración en la que no faltaron promesas y proyectos de futuro.
Pero desgraciadamente todo acabó en ese punto. O eso creí yo. Al llegar a casa me desnudé y me dejé caer en la cama. Mis sueños, no podía ser de otra forma, me envolvieron en una espiral de abrazos y caricias que me pusieron la miel en los labios. Eliana era una mujer de bandera, ya me habían advertido, y en solo unas horas me había llegado a lo más profundo del corazón. «Te amo, tesoro, y quiero compartir mi vida contigo», me había dicho.
Desperté, como era de esperar, en medio de un charco de sudor, en un estado febril y completamente solo. ¿Cómo volver a verla, si no recordaba haber concertado una segunda cita? «¡Me arrepiento, me maldigo por ello! ¿Cómo he podido dejar que se marche? Eliana, ¿dónde estás, dónde puedo encontrarte?» Y Eliana no estaba, y Eliana se había apoderado de mis sentimientos hasta llegar a la obsesión, y Eliana me acababa de romper el corazón.
Cuando desperté, sentí la
necesidad de usar el aseo. Me levanté y salí pitando. Al entrar noté el
ambiente enrarecido y vaporoso, lo que me resultó muy extraño. Vacié la vejiga
y, cuando quise mirarme en el espejo para enjuagarme la cara, leí unas palabras
escritas en el vaho: «No te olvido, 214 St. James Street, 12 floor».
El autor es miembro de la Unión Nacional de Escritores de España.