¡Ay, mi cortijo!
Mi
cabra morena, que todo lo trepa.
Mi
oveja blanca con trazas negras.
Mis
perras fieles, mis perras buenas:
mis
tres luceros que a mí me alegran.
¡Ay,
ay, mi cortijo!
Verdes
pinos arriba si alzo la vista.
Almendros
y olivos si abajo miro.
La
morena come hierba como embebida.
Miro
el cielo de los Filabres, que me da vida.
Pinos,
olivos y almendros por doquier se esparcen.
Serpentean
caprichosos dibujando en todas partes
cuadros
bellos, que guardan aunque la vista apartes.
Y
aunque te alejes de ellos para morar en otros lares,
seguirán
dentro de ti sirviéndote de estandarte.
Recuerdo
que entró el viento ya tarde un día,
y
mis pelos negros, de punta, casi en porfía,
se
alzaron al cielo rompiéndome la paz y armonía.
Al
instante, pensé en aquel pastor que escribía,
el
poeta que pintó con palabras de vida que bullían.
Miguel
Hernández, poeta de vientos y libertades.
Hombre
tranquilo, de risas, llantos y soledades.
Amigo
de los suyos y de tantas realidades.
Sentiste
el sol, la luna, la brisa y las verdades.
Viste
las altas cumbres y también los hondos valles.
Fernando Yélamos es delegado permanente de la UNEE para las Relaciones con Francia. Está galardonado con la Medalla de San Isidoro de Sevilla.