Abdali frente a Afar

 

Kiko Cabanillas

En nuestra casa pontevedresa, siendo yo era un golfo jabato, cuando había que colgar un cuadro o hacer cualquier chapuza de índole doméstico había que llamar a la tienda Afar, para que viniese un trabajador a resolver el entuerto. Dada la inutilidad de los miembros de la familia al respecto. Nunca tuve un padre que me enseñase a hacer chapuzas en casa no porque fuese  un intelectual sino porque era un puto inútil, que caso de atreverse a fijar en la pared  uno de sus cuadros de Vidal Souto, lo más probable es que acabase crucificado. Así es que resolvía mamá Paca, llamando al dueño de Afra y pidiéndole un currito que nos ayudase. Luego llegaron los amigos de Kiko, que recibían cuantiosos estupendos por la labor.

Recuerdo un día que colocamos unos cuadros y mi madre nos dio 5.000 pesetas, para que tomásemos unos helados. Ni que decir tiene que si hubiésemos gastado todo el desmesurado presupuesto en el objetivo predeterminado por  la Paca  habríamos muerto de empacho, por lo cual nos decidimos a comprar hachís.

Pasado un cuarto de siglo, vivo en A Coruña con mi acogido magrebí Hicham. Y la puerta del cuarto de baño rechina agudamente cuando madrugo para escribir, por lo cual mi pobre amigo magrebí no puede dormir y  se ve obligado a llevar mis neuróticos horarios.

Hicham  es un artista haciendo chapuzas, pero para resolver este cometido le pidió ayuda a su  hermano mayor Abdali, que como sus tres hermanos emigró de su  tierra a España hace años.

Llego a casa del comedor social. Y la puerta del baño está desmontada y reposa en el suelo. Abdali es cariñoso y eficiente. Y se niega a recibir remuneración económica por su trabajo. Trato de hablar con el en árabe pero casi no me entiende, a buen  seguro por hablar yo árabe normativo, que difiere mucho de Marruecos. Finalmente quedo con Hicham en pagarle cincuenta euros para hacernos cargo del transporte.

Kiko Cabanillas es periodista y escritor. Está galardonado con la Medalla de San Isidoro de Sevilla.