Alberto Ávila Morales, poemas

 

Como los hijos de la Tierra

Ni tan fragoroso

como el nublado mar,

ni tan quedo

como el núbil suspiro;

así llegas, fecha sin nombre,

pero segura en su cita,

perennal entre lo vivo

buida de tristeza.

Vengan a mí

el relámpago de tu mirada,

la herida de tu caricia,

el ahogo de tu beso.

Quisiera unirme a ti

vertical sobre la tierra,

a ser posible la suerte

mirando la luz violeta

del sol al huir del mar,

lleguen a mí sus espumas últimas

enroscado al rizo de su ola,

crispada la mano sobre la arena

como se van los hijos de la tierra.

Del poemario 40 huellas & 1 denuncia


Entre dos aguas

Aún no me siento tan viejo

como para canonizar lo cotidiano

ni tan joven como para obviar lo inevitable,

pero ya el aire se huele frío

y la noche se alza más alta,

ya no rosean las albas

como cuando tu aliento zureaba

en el hueco de mi adormecido oído

y nuestros perfiles araban

la lisura de la colcha.

Ahora la claridad alumbra riesgo

y la torpeza invade los raíles del día,

ya no busca la estrategia de la sombra

la alevosía de la noche,

perdida aquella plasticidad del rostro

de cobre y sol acompañada;

siendo el mismo que eras

temes la complicidad de las horas

sabiendo que ya no tienes lo perdido

porque has gastado aquello que tuviste.

Digo: ¡Si estás vivo, vive!

¡Y enhorabuena!

Del poemario 40 huellas & 1 denuncia



Carta a Miguel, el de Orihuela

 

Aquí te escribo, Miguel,

en esta noche incierta de continuidades,

intuyendo que la pluma

no se alía con la «calva»;

aquí te escribo por si acaso

anduvieras perdido, sin noticias;

aunque sé que a ti el tiempo ya

ni te ofende ni te ultraja.

 

Sabe que este patio de vecindad,

este patio que nadie alquila,

sigue con el mismo polvo

sin pasar la escoba,

que seguimos con un fantasma de estandartes

y un mito de patrias,

que nos sube un clamor

de saliva contenida

y un resplandor de dientes

al acecho.

 

¡Ay, Miguel, que la sangre

sigue lloviendo boca arriba

y las azucenas enturbian los caminos!

Es por ello que en ti me precipito

como en la inmensidad,

y porque el hombre acecha al hombre

allá va mi carta forjada al fuego.                                                           

Del poemario La voz inerte                                                                


Sospechoso vicio

Leyendo a los poetas

que bajo mi vista firman

aprehendidos ya por la sombra,

caigo en la sospecha

que el poema socava, mina

toda presunción de seguridad,

amenaza las palabras

con el vértigo sutil de una pirueta,

aunque a veces el olvido

en su oficio lenitivo las suavice.

 

Viviendo de prestado

como denuncia aquí en el papel

el personaje con quien convivo,

se me figura poder llegar

a alguna altura

en todo aquello que ando

poniendo a la luz;

mas si así no fuera,

ruego se me perdone

del sospechoso vicio

de avanzar las tardes en su lectura.

Del poemario La voz inerte      

                                                                           

La voz inerte

Esta que aquí te habla
es la voz del hombre
con el tiempo en su alcance.
¡Escucha!

Podrá ser el paladar del viento
que en su oquedad lo envuelve,
el lamento de la piedra
con su lengua de dolor,
la cortada rosa
en su ajada belleza
o esa sombra a tu paso
desleída sobre un charco.

El trabajo agotó su juventud,
la nieve techó su medianeza,
la muda pregunta
seca su postrer pensamiento.  

Del poemario La voz inerte  

Alberto Ávila Morales es miembro de la Unión Nacional de Escritores de España.