Amanece en Galilea (Diario de un viajero)

Manuel Fuentes González

Ajeno a las tensiones bélicas del convulso Oriente Próximo, asoma confiado por los Altos del Golán. Desprecia el peligro y cruza el doble blindaje fronterizo entre Siria e Israel. Son las 6:35 horas. Santiago está preparado, le espera acechante, seguro de su inexorable llegada. Deja que se aproxime, le ve crecer en el visor de su máquina. Lentamente coloca el índice derecho en el disparador; lo retira y ajusta el enfoque, encuadra a placer. Vuelve el dedo a su sitio. ¡Dispara! Repite la acción varias veces, sin ráfagas, sin prisas. ¡Lo tiene! Un sol naciente, hermoso, anaranjado, queda cautivo en la tarjeta de su moderna cámara fotográfica.

Laderas abajo, un manto de claridad se extiende sobre el valle del Jordán y alcanza el lago Tiberíades, provocando caprichosos destellos escarlata sobre sus aguas. Atrapado en el fondo de una sima terrestre, a 216 metros bajo el nivel del mar, la lámina líquida, en forma de arpa, aparenta placidez. Sin embargo, en sus aguas dulces también se filtran las tormentas de la historia. Contemplarlo, ver nacer el día sin temores ―en un país tan dolorido y árido― fue un deleite visual y sensitivo.

La tierra de la Biblia, situada en la encrucijada de las líneas de comunicación entre grandes imperios de la antigüedad, fue conquistada, arrasada, levantada, mantenida y perdida repetidamente. Cananeos, hebreos, egipcios, griegos, romanos, bizantinos, musulmanes, cruzados, otomanos…, todos blandieron armas derramando sangre ¿Es mejor la terrible situación actual? ¿Por qué esta tierra, desde el principio de los tiempos, ha sido testigo de tanta intolerancia y necedad?

Al Norte, todavía en la penumbra del amanecer, coronado con nieve como rey de las alturas, se yergue majestuoso el monte Hermón. Centinela de la región, extiende su vigilante mirada al Líbano, Siria e Israel. Palestina cuenta menos; un estado con reconocimiento limitado y fronteras discontinuas, es un puzle de manchas agitadas en el mapa de un territorio que también fue suyo.

Revivo en presente aquel viaje, que hoy ya no sería aconsejable en medio de tanto disparo, explosión, muerte y horror. Los hoteles y edificios prominentes, agolpados en la orilla occidental de ese mar interior, proyectan pacíficas sombras sobre el agua. A su espalda se hace más lento el despertar en las calles de la ciudad. Desde la terraza de mi habitación, justo un piso por encima del lugar en el que Santiago ha montado el trípode y su cámara esperando la salida del astro rey, contemplo con gozo el espectáculo y dejo vuelen los pensamientos. Anoche la Luna llena, pequeña en el firmamento, débil con su luz, apenas dejaba rastros de plata reflejados en el agua. Hoy el Sol, en cambio, exhibe redondez y potencia, proyectando sus rayos luminosos sobre el espejo acuoso, que devuelve intensas y policromadas luminiscencias. Se hacen visibles lugares, ciudades y aldeas en las que estuvo Jesús durante la mayor parte de los tres años de su ministerio. Como siempre sucedió, también hoy ¡amanece en Galilea!

Vuelvo a pensar en el teleobjetivo, en el disparador y me digo: «Nadie puede capturarlo; ningún hombre, ningún pueblo doblegó al Sol naciente».

Abandono la atalaya de observación satisfecho y convencido: «Hay imágenes que merecen por sí solas el precio de un viaje; momentos sublimes de belleza y reflexión, experiencias que se inmortalizan en la retina de los ojos y se adhieren al corazón».

Continuará…

Manuel Fuentes González es vocal honorario de la UNEE