Amor de madre

 

María Platero

Esta tarde han vuelto a detener a mi madre por robarse una iguana en un centro comercial. Me han llamado porque nadie era capaz de quitársela de los brazos mientras le lamía las patas.

Ya en casa, más tranquila, me ha vuelto a contar lo del oficial mecánico de paso por el pueblecito de costa donde pasaba los veranos.

La volvió completamente loca.

Fue enamorándola con su olor pesado de aceite de motor y su boca de anfibio. Apenas podían entenderse pero no importaba. Ella lo acunaba en su regazo y él le buscaba los pezones de chocolate salado con aquella lengua enroscada que tanto placer le daba a mi madre.

Yo la escucho con eco, como si me hablara todavía desde esos años malditos.

Siempre he odiado que me hablara de él porque no llegué a conocerle. Se marchó antes de que yo naciera y no ha vuelto. Nunca dijo que lo haría y si lo hizo tampoco se le hubiera entendido, así que para el caso. Él sólo estaba aquí accidentalmente, por un error de cálculo en su navegador cósmico, y ella se aprovechó,  miró sólo por su placer inmediato sin llegar a evaluar que podría llegar a concebirme. Si yo quería un padre o no, nunca fue un freno para ella.

Cada vez que él la envolvía succionándola y llenándola de salivazos, ella se sentía calentita y segura y se dejaba arrastrar por la playa hasta las rocas. Nunca pensó en lo que sería mi infancia ni en lo diferente que pudiera llegar a sentirme.

La novedad de su sexo animal le pudo siempre y se fue dejando llevar por sus susurros indescifrables y su espalda rugosa. Nunca le importó si pudiera avergonzarme hasta la náusea no tener a quien dibujar junto a nosotras, más que una bola de moco, un tachón desmembrado, el día que la señorita del cole nos pidió que pintásemos a nuestra familia con ceras de colores.

Ella le ofrecía el culo bien abierto y le dejaba entrar con sus dedos curvados hasta el fondo, para que sus uñas retráctiles le arañasen círculos en la carne húmeda. Tampoco le preocupó lo sola que me sentiría cada día.. todos los días…sobretodo esos días en los que aquellos niños torcidos venían a burlarse de mí, y me llamaban tortuga, cara sapo, vómito de culebra, lagartija de charco, aborto de reptil…

Su aliento helado, su sabor a condensador y a rayos la hacían perder la dignidad de mujer, y entonces le exigía que la tirarse a ras del mar para montarla sobre las piedras peludas de algas, sobre la baba de las espumas de las olas, mientras él aullaba nostálgico al cosmos y se desquitaba de su pena de estar tan lejos de los suyos restregándose con mi madre.

…Mi madre…Ni tan siquiera llegó a imaginar, ella, lo que sería para mí tener que maquillarme tanto cada día para taparme las escamas…sufrir esta peluca horrible que se me clava en las branquias de la nuca y no me deja respirar…cómo me ahogo cuando me toca salir del acuario para ir a buscarla cuando enloquece de nuevo, como esta tarde.

Cuento del libro Los días de agua

María Platero es miembro de la Unión Nacional de Escritores de España.