Bordando tu ausencia
Me agrada
ese Mediterráneo de sonrisas
abiertas como cráter de espuma
en la piel,
pasión de nata o sonido de la
luna
en mi garganta.
Un retablo de esquinas tuyas
son los altares de mis labios,
un espejo de brumas en mis
ojos descalzos.
Tu embrujo de adioses es aliento
de fuga,
el templo está vacío bordando
tu ausencia
como postura de sal nacida de tus silencios.
Del poemario Ausencia levemente prolongada.
Poema a Miguel Hernández
Evoco relicarios de luz junto a tu nombre
de humilde piel pataleada y sola;
de niño cabrero que una fría noche de Reyes
llorabas la injusticia de tus abarcas
desiertas;
de padre y esposo enamorado que
aunque no perdonaste a la vida desatenta
supiste vivir y amar y venciste al fin
aunque vencido.
Que tu voz suba a los montes y desate
una tormenta de almendras espumosas.
Que mi voz se una a ti como el eco de una
plegaria
para recordarte y regresarte,
para que no naufragues nunca en el olvido
de las conciencias dormidas.
Y que a la luna venidera el mundo se vuelva
a abrir
encendiendo mil pétalos de lumbre dichosa
que sirvan para recordar que todo puede ser
posible
si ignoramos el odio y la lucha sin sentido
de un mundo que sólo buscar escapar
de su propio precipicio.
Poema creado para el Homenaje de las Artes a Miguel Hernández: Tres
heridas (Ateneo de Madrid, 10 de septiembre 2010)
Lamento encadenado
Ahora siento que mi
voz ahogada
solo puede dar la
textura extraña del silencio.
Sé que ahora huele
más denso el aire,
más lejano e
invulnerable a mi llanto,
que la tarde arrastra
cadenas
ensangrentadas de
adioses,
que todo mi cuerpo se
moja
con esa lluvia triste
que intenta vanamente
apartar
las esquinas
punzantes de la angustia.
Las estrellas cierran
sus ojos de alambre,
me miran entre los
sudores de mi pus,
entre las cadenas de
mi boca,
me dicen que detrás
de esa cortina de luz
sólo me esperan las
sombras.
Mas he de luchar
contra ese virus
que amaga con callar
mi lamento,
y mi voz se ahoga
entre las bufandas
que intencionadamente
le he puesto al miedo,
porque el frío
segrega posturas de sal
que amenazan con
manchar mis recuerdos.
Quise retener la
lluvia y la luz del tiempo
ignorando los colores
del crepúsculo,
pero las horas caían
como serpentinas
acabadas
porque no eras tú
sino el estruendo del
combate
quien me abrazaba
con sus lacerantes
gritos
de intransigencia.
Ausencia
vulnerada
Cuelgo mi abrigo en el armario
─demasiado lleno de promesas y
de historias
que ya no me pongo al salir a
la calle─
luchando con una falda que se
cae con insistencia,
cuando me dicen que tu nombre
me espera en el salón,
saliendo de ese guante con
números
que se traga la costumbre de
mis manos,
y corro a desatar urgente sus
botones.
Tu voz sale de su retrato
rompiendo los marcos de la
ausencia,
recreando volumen su antigua
postura inmóvil;
me dices que quieres verme…
y ¡no sé cómo he podido
sostener esa caracola
que me traía tu voz como un
cascabel descuidado!,
¡no sé cómo he podido sostener
la violación dulce y sonora de
mi olvido!
Tengo que recoger mi
habitación y no sé cómo hacerlo,
ahora que has burlado mi
monotonía
y mis manos buscan tus
silencios vulnerados;
ahora que, a pesar de la
distancia,
me pregunto si quizá estemos a
tiempo
de recoger los números
que se les cayeron a nuestros relojes.
Del poemario Ausencia levemente prolongada
Ana María Reyes Cano es miembro de la Unión Nacional de Escritores de España.
