Ana Paula Mena Galán, poema

 

Prisión

En el valle donde el sol no osa posar,

reposan cadenas hechas de viento,

susurrando órdenes que se clavan

como raíces de hierro en el pecho.

El yugo no tiene rostro,

solo sombra que se estira y aprieta,

una mano invisible que mide

el peso de cada latido.

Cada lágrima es río que sabe

de cárceles sin barrotes,

de muros que se alzan desde palabras

y gritos que nunca llegan al cielo.

El aire mismo parece ceder,

como si respirarlo fuera un permiso

que siempre llega tarde,

siempre con la llave en otra mano.

Y sin embargo, bajo la piedra más fría,

el corazón aprende a temblar

no de miedo, sino de memoria,

guardando la luz que ningún yugo puede apagar.