Prisión
En
el valle donde el sol no osa posar,
reposan
cadenas hechas de viento,
susurrando
órdenes que se clavan
como
raíces de hierro en el pecho.
El
yugo no tiene rostro,
solo
sombra que se estira y aprieta,
una
mano invisible que mide
el
peso de cada latido.
Cada
lágrima es río que sabe
de
cárceles sin barrotes,
de
muros que se alzan desde palabras
y
gritos que nunca llegan al cielo.
El
aire mismo parece ceder,
como
si respirarlo fuera un permiso
que
siempre llega tarde,
siempre
con la llave en otra mano.
Y
sin embargo, bajo la piedra más fría,
el
corazón aprende a temblar
no
de miedo, sino de memoria,
guardando
la luz que ningún yugo puede apagar.
