La lucha aragonesista comienza, en su edad contemporánea, en 1917, en Barcelona, donde la creciente emigración aragonesa vive, con mimética envidia, el desarrollo del catalanismo. Ese año coinciden como fundadores de una institución que se va a llamar Unión Aragonesista, los que van a ser los principales impulsores del movimiento regionalista aragonés. Julio Calvo Alfaro, un periodista zaragozano de 21 años, emigrado desde muy joven a Cataluña y Gaspar Torrente Español, oscense de Villa del Campo, que a sus 29 años tiene una larga y dura experiencia obrera y autodidáctica, el primero triunfará como articulista en prestigiosos periódicos a nivel internacional, el segundo sigue un camino bien distinto, la miseria y la desgracia familiar serán sus inseparables compañeras, se trasladará a Barcelona tras la muerte de su padre acogido por hermano, donde militará en las filas catalanistas, (siempre anteponiendo su filiación aragonesa), trabajará como aprendiz de encuadernador lo que le permitirá aprender a leer y escribir, convirtiéndose en un autodidacta autor de varios trabajos que se reflejarán en la prensa de su tiempo. Torrente y Calvo, van a ser inseparables compañeros de la fundación y promoción de toda una larga serie de instituciones aragonesistas, además de la citada, fundaran en Barcelona el periódico El Ebro en 1919, de corta trayectoria a causa de la guerra del 36.
Poco después se constituirá «Juventud Aragonesista,» animosa entidad filial de la Unión, que convocará un importante Congreso de Juventudes Aragonesistas al que acuden entre otros grupos juveniles «Los Almogávares», filial del Estado Aragonés», «Renacimiento Aragonés» etc., el Congreso celebrado en 1922 aprueba unas bases de régimen autónomo para Aragón, será el embrión del proyecto de Caspe en mayo del 36. Torrente tiene una cosa clara, «yo he pasado por todos los movimientos aragonesistas, pero afirmo, que el movimiento para triunfar tiene que salir de los pueblos, y no de las capitales», será también el que inicie y propague la idea de la bandera de cuatro barras horizontales, ideológicamente es Costista, pretende un estatuto apolítico, no exclusiva ni necesariamente republicano, aunque en Caspe solo estaban los partidos, sindicatos y entidades de claro corte republicano. De su ideario populista se destaca su afán de concienciación dirigido a las bases ; en su discurso del 13 de mayo del 36 culpa de la decadencia de Aragón como pueblo y nación, al divorcio entre hombres y pueblo como causa principal, dice que los hombres de Aragón (salvo Costa y pocos más) no han hablado nunca al pueblo, ni de cara a él, que han hablado y trabajado de espaldas al pueblo, a la realidad aragonesa, la economía ha sido defendida con fines particulares y monopolísticos, nunca en beneficio de la comunidad, hace un repaso de la escasa preocupación por educar al pueblo, la cultura es otra de las grandes asignaturas pendientes para Torrente.
La influencia catalana es decisiva en ambos precursores, así como el alcance de su nacionalismo. Calvo Alfaro resume sus ideas federalistas en la conferencia de 1932, afirmando que Aragón es una región y fue una nacionalidad, añadiendo que Aragón puede ser un Estado, reconoce lo arduo de la tarea, desde la nada, casi «porque Aragón no existe hoy. Lo que hay son tres provincias…dormidas, hostiles las unas a las otras», por eso urge ese renacimiento, al que apela con frecuencia, con idéntico sabor al «riosorgimiento» italiano o la más próxima «Renaixença» catalana. Firmemente convencido de que el federalismo es la política del porvenir, propicia la república federal y el rango de Estado para Aragón, llamando a esta tarea a tres sectores fundamentales : los hombres de letras, y sobre todo a los historiadores, los técnicos (de los que pone ejemplo en la flamante Confederación del Ebro), y los políticos a los que acusa de desapego nacional afirmando, que «a España se le puede sentir e interpretar de muchas maneras, y es injusta la actitud de aquellos que creen que solo se puede sentir a España, como nación unitaria, y que el que no lo hace así, la traiciona», no obstante como ocurre en todas las políticas nacionalistas a ultranza, la de Calvo Alfaro carga la pluma en sus erróneas convicciones de carácter xenófobo y discriminatorio, al afirmar, «cuando nazca una generación íntegramente aragonesa, sabrá cuál ha de ser su papel», esto convierte a ese nacionalismo en exclusivo y excluyente, condenado a la autodestrucción, se nota la influencia de nacionalistas vascos y catalanes, de la misma época, y superado parcialmente en la actualidad.
La situación previa a la gran manifestación convocada para el día 23 de Abril de 1978, en demanda de un estado de autonomía eficaz para Aragón, no estuvo exenta de sinrazones, que llevaron en algunas ocasiones a las fuerzas políticas estatales, a realizar actos contraproducentes, que en otras comunidades hubieran provocado reacciones imprevisibles, y desde luego nada pacificas como en Aragón, cuando el día 14 de abril de 1978, el Partido Republicano de Aragón conmemoraba el nacimiento del II República, a la que se invitaron a las restantes fuerzas políticas, provocó una desproporcionada reacción del gobierno y de su ministerio del Interior. Días antes fue detenido el Comité Ejecutivo de la Convención Republicana, y cerradas sus sedes, un despliegue policial abortó los intentos de manifestación en las principales ciudades españolas, que protestaban contra una represión sistemática de los más elementales derechos de la libertad de expresión política. De esta sinrazón, la única explicación que tiene cabida es un mal calculado miedo y temor del gobierno, y de los gerentes de la transición, o una inseguridad basada en la memoria histórica, lo que llevó a semejante arbitrariedad, estos miedos y otros cálculos, dejaban al país en una peligrosa situación de vacío político.
El 10 de Junio de 1977, se reunían por primera vez en Teruel, los diputados y senadores elegidos por los aragoneses un mes antes, todos salvo los representantes del PAR, a su cabeza Hipólito Gómez de las Roces e Isaías Zaragoza, que abandonaron la reunión, eran tiempos en que la UCD no había terminado de encajar el avance socialista en las elecciones, y aún no tenía definida su política sobre las autonomías. La reunión de Teruel marcó el punto de máximo avance de la posición autonomista de la izquierda. Aquella reunión puso de manifiesto por primera vez el acuerdo táctico entre los dos partidos con mayor representación, la UCD y el PSOE, uniendo sus votos para conseguir que se eligiera un presidente del Comité Permanente de la Asamblea, y para cerrar el paso a otra asamblea consultiva formada por todos los partidos políticos de la región. José Ramón Lasuén diputado de UCD por Teruel, fue elegido como primer presidente según el reglamento aprobado aquel mismo día. No fue muy acertada la elección (como tampoco lo es ahora) de un representante, que se dirigía desde Madrid y que servía más de freno que de acelerador. El 10 de octubre Lasuén, consiguió en Zaragoza que la Asamblea dejara de lado otras cuestiones importantes para la comunidad, como los problemas de Mequinenza y el polígono industrial de Figueruelas, a pesar de ser duramente contestado por los senadores zaragozanos de la Candidatura Aragonesa para la Unidad Democrática (CAUD), consiguió arrancar un voto de confianza para que, el Comité Permanente de la asamblea negociara con el gobierno la autonomía provisional.
Pocos días después de esta reunión comenzaron los contactos con el gobierno y a fines de octubre ya había dos borradores (conocidos como los textos de Albarracín), elaborados por el diputado oscense de UCD León Buil, que se limitó a copiar el texto de sus compañeros de partido en Galicia, y otro de Ramón Sainz de Varanda (CAUD), Lasuén impulsó solo el de su compañero de partido. El gobierno estatal dejó claro que en ningún momento iba aceptar nada que se pareciera a una autonomía verdadera tipo catalana o vasca, lo que supuso un espaldarazo a las aspiraciones aragonesas. Un nuevo intento se llevó a cabo el 20 de Enero de 1978, la Asamblea de Parlamentarios, ratificó en Fraga sin ninguna modificación el texto negociado mes y medio antes con Clavero, donde las minorías fueron barridas con los votos de UCD y PSOE, a partir de ese mismo día el gobierno podía haber aprobado el decreto-ley, pero resuelto el problema vasco y catalán, Aragón volvió a verse discriminado en sus lícitas pretensiones. Cansados de esperar en vano, el PSOE decide romper su alianza con UCD y publicar un comunicado en el que denunciaba el retraso, y exigía al partido del gobierno cumpliera sus compromisos con Aragón, diez partidos (UCD quedó fuera), firmaron un documento en el que reclamaban la preautonomía, y criticaban duramente al partido del gobierno a la vez que anunciaban una amplia campaña de concienciación autonomista, que culminaría con la gran manifestación del 23 de abril del mismo año, el panorama político empezaba a aclararse.
Fueron las fuerzas de izquierda, las que con mayor ahínco despertaron las ansias autonomista a un pueblo que cuasi las tenía olvidadas en su mayoría, fuerzas que intentaban reverdecer viejos laureles, paradigmas de las libertades medievales del viejo reino, acomodadas a las situaciones actuales. Libertades que con un paréntesis de casi 271 años se vuelven a recuperar, cuando el sábado 11 de marzo de 1978 el consejo de ministros aprobó con 24 hora de retraso la preautonomía de Aragón (entre otras), retraso debido a sectores conservadores de la UCD, que ante quejas de catalanes y vascos, que veían con esta medida infravalorado el fenómeno de sus respectivas comunidades, sumado a un Martín Villa interesado en resucitar las mancomunidades franquistas, con el apoyo de fuerzas políticas aragonesistas de clara tendencia franquista (PAR), en la que su presidente Hipólito Gómez de las Roces (protegido de Martín Villa), declaró al diario Heraldo de Aragón la preferencia de las mancomunidades a la Diputación General, lo que llevó a este ministro a espetar en los pasillos de las Cortes a dos senadores aragoneses (uno de UCD y otro de derechas), «para vosotros los aragoneses, os es más que suficiente con una mancomunidad». La amenaza de la izquierda aragonesa de realizar movilizaciones populares, que culminaría con el «Día de la Autonomía» el día 23 de Abril festividad de S. Jorge, patrón de Aragón y, sobre todo el deseo de restar importancia a la salida del PSOE de la ponencia constitucional hace que Suárez conceda inmediatamente los regímenes autonómicos.
Para llegar a este punto, en Aragón se habían desarrollado varias acciones protagonizadas por políticos de izquierda, intelectuales, profesionales, y un largo etc., de la sociedad aragonesa que desde la muerte del Caudillo, ansiaba disponer de un autogobierno que le permitiese salir de la precaria situación general en que se encontraba la región, para ello se reunieron en abril de 1976 en la emblemática ciudad de Caspe, testigo de aconteceres importantes de la historia del reino, en la que se volvieron a retomar los postulados de Calvo y Torrente amortiguados a las condiciones del momento, pero sin que ello supusiera una renuncia a una hipotética federación de Estados, en un futuro aún incierto. Para esta época, la lucha contra la explotación y el expolio del territorio pasaba forzosamente por la autonomía. La derecha, cicatera y remolona desconfió desde un primer momento de la autonomía, la ignoró y, cuando pudo, la prohibió. Esta probablemente, fuese la causa de que en el Aragón de mediados de los 70 hubiese tan pocos autonomistas todavía, la izquierda, sumida en la clandestinidad, hasta hacía poco tiempo y, ya en la legalidad, sin los modernos medios de comunicación y propaganda con los que contaba la derecha, no pudo crear un movimiento de masas autonomistas en torno a ella, no obstante, la derecha en los momentos previos de la gran manifestación del 23, necesitaba tanto o más que nadie estar a la cabeza de la misma no por convicción, sino, por ocupar otro escalafón de poder, también trata de detener la historia, de romper el vínculo que hasta ahora ha unido a la autonomía con la izquierda; para ello el camino más corto pudo ser el anquilosamiento, privándola de contenido, disolviéndola en unas liturgias ceremoniales sin expectativas de solución real, desencantar al pueblo, convencerles de lo innecesario del autogobierno.
La izquierda por su parte también encabezará la manifestación donde por primera vez se gritará al unísono, ¡Viva Aragón! y ¿Ganemos la Autonomía !, esto tendrá suficiente trascendencia como para que no falte nadie de los que estuvieron en Caspe hacía dos años. Como lo titulaban los diarios de la época, la Mayor Manifestación de la Historia de Aragón se llevó a cabo en día 23 de Abril de 1978 tal y como estaba previsto, en ella participarán todas las fuerzas vivas de la comunidad, unos a favor de ella, defensores a ultranza de su conveniencia, elemento indispensable para el desarrollo social, económico y político de Aragón, protagonizado por los partidos de izquierda, otros entusiastas forzados que no creyeron ni creen en Aragón y sus posibilidades, pero que no deseaban ni podían perder el tren del protagonismo, control y poder, eran los de siempre, los que en el siglo pasado hablaban de la inutilidad de educar a un pueblo, cuya única misión es la del trabajo, y el sometiendo aberrante que venían sufriendo desde los inicios del milenio, es la prepotente derecha, miedosa de las libertades del pueblo y sus consecuencias para su estatus, es la derecha que ante la falta de la enseña del Estado, abandonaron la manifestación (PAR).
Para Andalán, uno de cada once aragoneses que residían en la región, participaron ese sábado y ese domingo en la mayor movilización conocida en Aragón en las tres capitales del viejo reino, que congregaron a casi 110.000 manifestantes coreando con una sola voz, !!Aragón autónomo ¡¡ y !!viva Aragón¡¡. Es cierto que los símbolos no son lo más importantes, pero también cuentan, y los símbolos autonomistas llegaron el día 23 incluso a los lugares más característicos del aragonesismo tópico. Porque no fue solo el ambiente festivo que se respiró el día de S. Jorge a la víspera, ni las banderas regionales adornando particulares balcones y ventanas, (que también adornaron bancos, grandes almacenes y otras entidades poco o nada aragonesistas), o los uniformes de la policía municipal zaragozana, sino que figuró incluso junto a la Virgen del Pilar y saltó al césped de la Romareda de manos de los jugadores del Real Zaragoza que el mismo da 23 retornaban a primera división, tras vencer al Alavés. El servicio de orden, formado en su mayor parte por afiliados al PSOE y la UGT, se vio desbordado en varias ocasiones por la multitud que rodeaban a los parlamentarios y representantes del partidos políticos, que de un extremo a otro que portaban una gran pancarta con el eslogan de la jornada «ganemos la autonomía». Mercedes Gallizo del MCA, única mujer que figuraba en la presidencia, depositó un ramo de claveles rojos a los pies del monumento del Justicia de Aragón. Allí mismo Juan Antonio Bolea y Jaime Gaspar, presidente y vicepresidente respectivamente de la DGA, izaron la bandera de las barras junto a la nacional. Curiosamente el partido que lleva en sus siglas el concepto de regionalismo, (lo que ya de por sí es aclaratorio), contrapuesto al nuevo concepto nacional, no participó en la manifestación, pretextando la falta de una bandera estatal, lo cierto es que nadie había reparado en llevarla, ni tan siquiera los representantes del PAR.
En las vísperas, se había celebrado en la catedral de Huesca la jura de los 15 miembros de la D.G.A., fue la primera vez que un acto semejante se celebraba en una iglesia. Manuel Clavero Arévalo, a la sazón ministro para las regiones, asistió al acto, entre otros miembros de otras autonomías del Estado, excepto la catalana y la vasca, tampoco hubo militares, a pesar de que las Capitanías Generales habían sido invitadas, por contra no faltaron los obispos de Huesca y Zaragoza, así como la representación de la Audiencia Territorial en la persona del fiscal Luis Martín Ballesteros, que días antes había declarado a «Amanecer» (periódico fascista) que «la autonomía me parece mal, muy mal».
El protocolario juramento, sobre los Fueros y Observaciones del reino de Aragón, sirvió para conocer las preferencias del pueblo. Ramón Sainz de Varanda, senador del PSOE, se llevó la mayor ovación, seguido de Bolea. En cambio, Saturnino Argüís, que había accedido al organismo preautonómico aragonés sin elección, por ser presidente de la Diputación Provincial de Huesca, fue someramente pitado, como también el diputado socialista por Teruel Carlos Zayas. El FRAP en Huesca y los fascistas en Zaragoza, protagonizaron los únicos incidentes, los primeros portando banderas tricolores intentaron boicotear el acto que se celebró en la catedral, gritando eslóganes republicanos y abucheando a los oradores, especialmente a Fernando Romo dirigente del MCA, que hablaba en nombre de todos los partidos políticos oscenses.
El mismo grupo estuvo a punto de reventar la manifestación que se formó en el Coso Alto, al separar la presidencia del resto de los manifestantes. Los parlamentarios y dirigentes políticos, junto a medio millar de personas, tuvieron que dar un rodeo hasta el parque, seguidos por el grupo de boicoteadores, para volverse a juntar con el resto después de casi correr por la calle Valentín Carderera. También en Zaragoza, grupos fascistas de Fuerza Nueva, ataviados con pegatinas de esa coalición política, guantes negros y gafas de espejo, portando banderas nacionales, gritando «Aragón es España, viva Aragón viva España». Finalmente se colocaron en las escaleras de la Diputación Provincial, por donde tenía que pasar la presidencia de la manifestación. El servicio de orden, esta vez más numeroso y organizado, tuvo que emplearse a fondo para desalojar al grupo. En Teruel no hubo incidentes, ni parecieron banderas tricolores, alrededor de 4.000 personas, bastantes más de las esperadas por los organizadores, desfilaron desde la plaza del Seminario hasta la Diputación Provincial, atravesando el centro de la ciudad, en ella participaron todos los parlamentarios de la provincia, presididos por José Ángel Biel, presidente de la Diputación.
En las tres capitales de provincia se leyeron sendos comunicados, en los que al mismo tiempo que se saludaba al organismo recién creado, se criticaban sus defectos, el de Huesca fue considerado especialmente duro por algunos observadores políticos, y se insistía en la necesidad de llegar a la autonomía verdadera y completa, a través de un Estatuto. De alguna manera recogió el reto el nuevo presidente Juan Antonio Bolea, que en su discurso de Huesca señaló, que no se aceptaría soluciones descentralizadoras o comunitarias «nuestra voluntad es autonomista porque es el sentir de nuestro pueblo». Jaime Gaspar en Huesca y Ramón Sainz de Varanda en Zaragoza, pusieron el contrapunto a los discursos de los políticos de la UCD que se movieron en líneas generales. Sobre todo, el segundo, que arrancó grandes aplausos al criticar la expoliación de los recursos de la región y la situación del campo, las altas tasas de emigración de los aragoneses o veladamente la presencia americana en la base aérea, la gente lo entendió e irrumpió en gritos de «yanquis fuera».
Pese a una cierta y explicable desorganización, los actos del 22 y 23, pusieron de manifiesto que el PSOE, había adquirido en Aragón una capacidad organizadora de masas, que hasta ahora solo se le conocía el PCE, que, por coincidir en aquellas fechas con su noveno congreso, tuvo una presencia mucho menos activa. En general fueron los partidos de izquierda lo que cargaron con la mayor parte de los trabajos de organización, tanto de las manifestaciones como de las verbenas y actos populares que se celebraron en aquellos días. Por eso no es de extrañar que el contenido político de las masivas movilizaciones superara ampliamente al deseado por los hombres de UCD, o que tras el obligado aplauso al discurso de Bolea en Zaragoza, no exentos de silbidos, se impusiera el grito de «caja de ahorros, control popular» en una clara alusión a la anterior vinculación del presidente de la Diputación General a la mayor entidad de ahorro de la región, cuya gestión no constituía precisamente un ejemplo de buen servicio a Aragón.
José María Fernández Núñez está galardonado con el escudo de oro de la Unión Nacional de Escritores de España.