El murillo
El
tiempo también
envejece a los durmientes.
Andaba
en la pobreza
de
las cabras y las algarrobas,
en
el torpe salto del cigarrón
obligado
a creerse madera
para
no ser, a los ojos de los pájaros, animal,
sino
palos de un esqueleto incomestible.
Andábamos
en
la brutalidad de los besos
en
el anillo del obispo,
en
lo absurdo, en las procesiones.
En
aquel tiempo y en éste
os
pienso y me pensáis,
con
la suerte sin echar.
Allí,
sin pecios todavía,
el
pasado es menos cierto
que
el influyente futuro.
El
murillo es
un
mostrador que separa
al
gestor del mundo
de
los reclamantes,
un
laberinto burocrático,
el
registro de las quejas
de los huesos al crecer.
El
murillo es
y
no es, pero siempre está,
cuántico,
poderoso meme
que
trasmina edades, que trasciende el tiempo.
El
murillo
surgió
como surgen
en
una sola noche los prodigios.
Sexagenarios
en regresión,
al
encuentro de sí mismos,
entre
paradojas desatadas
por
el impacto de los paisajes cambiantes,
escuchan
el
murmullo inquietante del abejorro,
en
juegos de crueldad contenida.
Ya
está hecho. Bienvenido al pasado.
El
murillo es
sagrado
para esta
tribu
de paso que se queda,
para
no dejar solos a sus muertos.
El
murillo es
un
lugar donde se vuelve,
donde
los jóvenes se proyectan,
y
los sexagenarios se verifican.
Allí
nos pensamos aquí,
en
todas las edades,
donde
la lluvia es distinta,
y
los charcos emergen
en
el mismo lugar de siempre.
Y
la lluvia es buena,
y
unos pájaros,
jilgueros
probablemente,
cantan
a la lluvia
o
con la lluvia.
Aquí
es allí,
donde
el orovivo se desentierra,
saca
su cabeza,
el
asperón es polvo,
y
el hombre asperón.
Al
otro lado del murillo,
antes
del murillo,
hormigas
cargan
el
cadáver de un escarabajo
de
impedimenta pesada,
hasta
la despensa en un rincón
del
hormiguero.
Para
saltar
al
otro lado del murillo,
había
que esperar
el
próximo prodigio.
Para
ocultar
el
trabajo que requiere
la
construcción del murillo,
se
produjo mientras dormían.
Se
construyó
una
catedral para la elocuencia,
un
muro para no lamentarse,
una
pista de despegue,
un
lugar de encuentro
con
la magia del discurso,
el comienzo de la crítica,
una
verdad administrativa:
“Los
hijos no heredan el murillo”.
El
murillo es intransferible
y
de naturaleza viva.
Es
ficción, es real, onírico,
la
verdad revelada,
un
muro para la sabiduría,
para
alegrarse, para regresar
y
fracasar en la hazaña
de
alterar el futuro.
Es
lápida, punto de inflexión,
frontera
natural,
convención
para los mapas,
es
mentira solo en parte,
y
es más verdad en los corazones.
Es
transparente.
Yo,
a
caballo entre dos tribus,
salté
al otro lado
flotando
en la ingenuidad,
en
una nube nave de pájaros.
Abajo,
sexagenarios
de vuelta,
sin
culpa en este paréntesis,
se
ven ayer,
imaginándose
hoy,
con
la suerte echada,
con
la suerte, también de vuelta,
con
sus vidas a cuestas,
que habían dejado
en
este lado del murillo.
El
murillo es
su esqueleto.
Se hizo anciano
Se
hizo anciano
habitando
la memoria,
remodelando
el pasado.
Los
aviones iban
de
vuelta a sus nidos.
La
luz parió
sombras
muy densas.
Se
completó la noche
acribillada
por chispas,
pequeños
destellos fugaces,
estrellas
que desaparecían,
pavesas
breves engullidas
por
esa inmensa
masa
de sombras.
Los
murciélagos,
por
llegar los últimos,
extranjeros
entre los pájaros,
vuelan
clandestinos en noches de verano.
Sentí su vergüenza
El
anciano sale del bullicio del zoquillo,
con
una carta en la mano.
No
sabe leer y me busca en “El Camello”,
donde vendo zapatos y compro pieles.
Leí:
“No estoy enfermo. Estoy en la cárcel, padre”.
Sentí
su vergüenza.
El
anciano apreció el sentimiento,
y
se perdió en el estómago del bullicio.
Era domingo por la tarde
Era domingo por la tarde.
En la puerta del museo,
como fósil de insecto imposible,
como piedra muerta,
había un esqueleto de ballena.
Claudicar,
perder las formas sin dolor,
su recuerdo.
Los cortados
Arriba,
con los pies colgando,
a un gesto del precipicio,
un hombre
y su futuro interrumpido.
Abajo,
gaviotas vuelan
hacia sus nidos verticales.
Giran en círculos,
como grajos blancos,
sobre un resucitado.
Donde el sueño continúa
Más
allá de las olas
todavía
el sol está bajo.
Los
cangrejos se retiran
de
un sueño recurrente,
abandonan
la playa en desbandada.
El
viento desentierra
minúsculas
tumbas en la arena,
cruces
perdidas por los bañistas.
Habrá
que esperar al invierno,
a
la riada que expulse
un
galápago gigante,
y
un ahogado resucite
vomitado
por la mar.
No
se había construido el dique
que
detendría las olas,
y
el horizonte se veía más lejos,
más
allá de la boya,
donde
el sueño continúa.
Los
paínos voceaban
como
lobos blancos del aire,
en
la desembocadura.
La
lentitud fue casi perfecta.
Se
detuvo una ola:
una
cordillera en el mar.
El
mar festivo
facilita
la socialización:
gente
de todas las edades en el agua.
El
depredador chupaba el mar.
Tenía
una
coquina entre los dientes.
El
mar no es insonoro
cuando
se arranca
un
mejillón de la piedra.
La
caracola, bien oculta,
apenas
pegada a la piedra,
percibe
al pulpo que avanza,
pero
no la mano
del
depredador que recolecta.
En
una piedra:
cangrejo
al sol.
La
mano,
animada
por un plan,
lo
inmoviliza.
Aquel,
cuando la manga,
estaba
en el mar infestado de rabia.
La
manga es
un
bicho que altera
el
curso previsto
de
la piel del mar.
Ermitaños
asomados
a
las puertas de sus fósiles,
ven
subir la lluvia:
burbujas
de esqueletos
animados.
El
carguero suelta sus desechos.
Parece
un ser vivo.
El
alquitrán ensucia la costa.
Las
huellas eran
de
las aves escribiendo
en
su azarosa lengua.
Los
merodeadores y la bandada
se
miran pero no se tocan,
tras
la metáfora que los conecta.
El
anciano volvió
al
atardecer para sentir,
una
vez más, aquella brisa.
Moribundo,
deseó
intensamente,
aseguró
un testigo,
que
alguien mirase por él,
los
paisajes de Islandia.
El
pescador
mira
el infinito por levante,
al
otro lado de las olas.
Huele
el aire. Pronostica un naufragio
susurrado
por Neptuno:
un
dios para suicidas.
La
lisa salta y golpea
a
la gaviota comedora de lisa.
Esa
tarde nadé
lejos
de la orilla para vivir,
excitado,
el incierto regreso.
Nadé
lejos. Al regresar,
administré
mis fuerzas.
Siete
años nadé, hasta tocar el fondo,
ya
fantasma.
¿El
mar devuelve los espíritus?
El
río, inmóvil, de mercurio,
en
la desembocadura de esta página.
Chapoteando
rompe
el silencio muy puro de domingo al alba,
con
sus alas la falúa, un ave más.
Corre
por ahí,
que
hay un marrajo
girando
alrededor
de la boya.
En
aquel mar,
“cuando
la calma,
tras
el poniente,
se
ven almejones en el fondo”.
El
mar claro es
el
calmoso que queda
después
del viento
ardiente
del ocaso.
Niño
pescando:
Palometa
con el anzuelo en la boca,
arrepentida
de su insaciable hambre.
Niño
que pica, niño pez,
camina
el mar,
como
otros hicieron,
la
vez primera
que
pactó con el diablo.
Se
quejan las
tablas
de la barca
de
los contrabandistas.
Otra
vez el sueño
de
los carabineros.
El mar, cuando se prolonga de arena,
sigue siendo mar, embrión de desierto.
Donde vuelven las aves del Ártico
Dos
paínos, en círculo,
giraban
y se anillaban
en
vuelo de seducción y compromiso.
Volaron
juntos hacia el Antártico,
por
costumbre, siguiendo el sol.
El
curso del río fue retorcido,
como
si fuera un brazo.
La
bandada, perdida,
avistó
la nueva desembocadura,
y
voló la danza de la caza
por
encima de nuestras cabezas.
Volando
de polo a polo, de blanco y gris,
emergiendo
del profundo azul,
radiantes,
vuelven las aves a la desembocadura.
Las
anguilas remontan, cuando los gritos del pájaro,
ávido
de plata, anuncian peligro,
y
su pico rojo se derrama
en
luz de los hielos.
Entonces no sabíamos
Entonces no sabíamos
que el fenicio y el amazigh
pisaban la arena de nuestra playa.
A lo mejor sospechábamos
que una foca monje indecisa
entre el vello y la escama,
soñaba plumas, volar con la bandada
al nacimiento de un iceberg,
penetrar en el incendio de una niebla,
y danzar bajo el sol de media noche,
donde la luz es más tenue,
insuficiente, eficaz,
donde la noche se estira
para alcanzar su palidez.
Estratigrafía
Cruzó su cara sombra de ave,
encontró rastro y llegó al río,
pisó el limo y atravesó los mapas,
y había un cielo en cada estrato,
y era el mismo cielo a la vez.
En la dimensión temporal
de la estratigrafía, en la moneda,
la cabeza del hombre era de abeja,
y había un ánfora de miel, y una espiga.
La convulsión
La servidumbre por deudas
no resistió sus costuras:
Sistema fallido. Arde el mundo.
Llegan los hombres del mar.
Los filisteos, ante el dios de las moscas,
se sueñan en la franja y a otro dios,
también culpable. Hasta entonces,
que comience el nuevo mundo
y su alfabeto afilado, el de Ugarit;
que cabalguen praderas caballos,
que desiertos recorran camellos;
que el herrero mago, deambulante,
deshonre la luz del bronce
y enfríe su siderurgia;
que se navegue el ocaso, y de púrpura,
esparzan Oriente los tirios por las costas.
Si en algún cruce en el pasillo no me reconoces,
Ni siquiera
Ni siquiera cuando despertaron los abetos hubo viento.
Ni cuando despertaron los huracanes hubo viento.
Ya no hubo más viento.
Ni pájaros, ni viento, ni hojas,
y siempre las mismas nubes ya gastadas
por la ceguera blanca de la quietud.
Haz una zanja
Haz una zanja.
Yo inventaré los manantiales.
Envenena el aire.
Yo inventaré lo puro.
Tus hombros casi vencidos.
Yo agrupo a la muchedumbre en las salas de espera.
Te daré el domingo.
Convierte el pan en oro y te llevaré al infierno.
Inventa los mapas, que yo señalaré el fin.
Cuando te guste el brillo y yo te ciegue,
expresaré mi incompetencia.
Así habló el dios.
Hace tiempo que no llega a esta puerta
ningún pájaro, ninguna carta.
Es la vejez
y el muro del crepúsculo que lamen incesantes
el mismo amanecer y el mismo mar. Cae la nieve.
Abren las farmacias. Al despertar,
sábanas revueltas y el calor. No se extrañe
si se resiste a la intemperie,
si necesita las pastillas.
Conduzca con cuidado, hombre.
Aléjese del abismo.
Cae la nieve y, como debe ser,
diga adiós.
Rompa la hucha y que caigan como lluvia las monedas.
Se convertirá a la fe del hongo.
Rezará, y será maldito
entre los «camellos de Abraham».
Conduzca, hombre,
hasta el pantano de las flores raras.
Coma las últimas lechugas regadas con lágrimas.
Ya habrá oído hablar de la sequía.
Se trilla el trigo. Arduo trabajo,
Dónde iba yo sin ella
Amadme como soy
Amadme como soy. Amad el fuego
El cobarde
Y aquí estoy
que alguien apague la luz.
La salsa de la carne
La salsa de la carne llegó tocada de civilización.
Me sorprendió que no los conocieras.
Grita reclamando
Grita reclamando amor por callejuelas sevillanas.
¿Cómo osaste pensar que no vivías entre los amados?».
Escritura celeste
Desde Olduvai hasta el voraz
ya de antiguo, la escritura celeste...
Huyó de las medusas
Huyó de las medusas. Oh, ten piedad,
y se pierde en las nubes.
Sólo se descansa en el árbol que los conecta.
Sus hojas
susurran una nana fresca y segura.
Ahí está el que busca una cuna, pero no sabe volver.
Está asustado, asustado, asustado,
asustado...