Antonio Gala y Melilla, desde la UNEE


Artículo de Enrique Francisco Sánchez Campos

Pocas personas pueden elegir su lugar de nacimiento, sólo a dioses y mitos estaría reservado ese privilegio. Muy cerca de tales conceptos ha debido estar en su tránsito por la vida el reconocido escritor, dramaturgo, ensayista y poeta Antonio Gala, hoy llorado y añorado ya, pese a que sólo han transcurrido unos días desde que nos dejó.

Una vez más la madre Córdoba entre flores en su exorno de luto y lágrimas; una vez más la pérdida irreparable de otro hijo predilecto, uno de sus hijos más ilustres. El que fue tan querido y tanto la quiso… que decidió nacer en Córdoba. Aquí vivió, aquí pasó la mayor parte de su vida y aquí, junto a su esencia, reposan sus cenizas, tal como él había dispuesto.

Su hija, como él expresaba cuando con mimo y cariño hacía referencia a su fundación, la Fundación Antonio Gala, ubicada en el que un día fue convento del Corpus Cristi en Córdoba, es custodia y guardadora de la siembra realizada en los jardines de esa institución —“vuelve el polvo al polvo”—. No podía ser de otra manera, como tampoco podría hallarse lugar de reposo más distinguido y brillante para los restos de un genio de personalidad compleja, elegancia especial para relacionarse con el mundo y vasta cultura.

Su luz queda hasta el infinito vinculada a ese universo resplandeciente que es la fundación, de la que tan orgulloso estaba. La que gracias a su ingenio y mecenazgo tiene la generosidad de acoger y formar promociones de becarios, capaces de imaginar y crear con inteligencia y habilidad, utilizando los conocimientos y los medios puestos a su disposición, hasta convertirlos en artistas talentosos y preparados para transformar y asombrar al mundo.

En esta, su casa, recibió para “su hija” la Medalla de San Isidoro de Sevilla que le fue entregada por Juan Carlos Heredia Puerto, presidente de la Unión Nacional de Escritores de España, acompañado por la presidenta de honor María Eloísa García Lorca, en presencia de los numerosos poetas congregados y con asistencia multitudinaria de público diverso, que disfrutaron de un solemne y memorable acto literario en un marco incomparable como esta fundación. Fue el 23 de abril de 2016, coincidiendo con el Día Internacional del Libro.

Antonio Gala era miembro de honor y había sido galardonado con la Medalla de San Isidoro de Sevilla el año 2000, cuando la hoy UNEE aún era el ya extinto Sindicato Nacional de Escritores Españoles, fundado en 1978.

Siempre ha existido una relación especial entre el ilustre personaje y Melilla, como, así mismo, siempre ha estado presente en ella la Unión Nacional de Escritores de España. Esta relación se ha mantenido en el tiempo, no sólo por los otorgamientos y distinciones con que ha sido reconocido su talento y trayectoria, sino por la simpatía y cariño que se han mostrado en los encuentros mantenidos puntualmente, pese a la distancia y el tiempo transcurrido entre estos. Lo que me trae a la memoria este bello pasaje de la obra Cuaderno de la Dama de otoño: “…Tú eres la compañía más leal, más duradera y más veraz que he tenido en mi vida. Las otras, antes o después, han vuelto la mirada hacia sus cosas. Y acaso tú también: lo que sucede es que yo formo parte de tus cosas. Juntos hemos gozado y padecido muertes, vidas, destierros. Entre tú y yo no hubo nunca una historia explícita de amor; sin embargo, tú has asistido, cuidadosa y a la distancia justa, a todas mis historias de amor de desamor y de trabajo”.

En esta ocasión, también ha estado presente esa misteriosa dama de otoño, desde el retiro voluntario del genio en busca de paz, silencio y sosiego en el recogimiento de su fundación, hasta la despedida del féretro cumplimentadas las respetuosas exequias. Se hallaba semioculta discretamente entre cortinajes en la penumbra de un rincón del amplio salón, destacando el luto riguroso de su figura esbelta y elegante, cubierto su rostro por un fino y delicado tul transparente que más que permitir ver sugería unas facciones delicadas y mirar sereno. Desde el lugar siguió al cortejo fúnebre con una mirada de melancolía, larga y mantenida… ¡quién sabe si hasta el infinito!

Enrique Sánchez Campos está galardonado con la Medalla de San Isidoro de Sevilla, de la Unión Nacional de Escritores de España.