Piedra de salitre
La leche es una piedra de salitre
En boca de los niños harapientos...
Hiel y subterfugios en los labios heridos...
Nadie se pregunta por el hambre en los dientes
Desclavados de espanto en la boca acallada,
Nadie elige nacer en el lado perverso
Donde el agua es mentira
Y la leche un pedazo de piedra de salitre...
Nadie elige morir entre el ruido infernal
Que provoca la sangre brotando entre el silencio
Con los buitres vaciando las cuencas de los ojos...
Nadie elige vivir si la vida no quiere.
Hiel y subterfugios en el aire reseco
Entre tanta agonía
Aprendiendo a morir con el miedo cruel
Aferrado a las uñas escarbando la sal de la vida
improbable,
Aprendiendo a crujir el frío en las entrañas
Con ceniza en los labios y un gemido de angustia
Quebrando la garganta...
Nadie aprende a nacer si no le pertenece
Una piedra, de leche o de salitre, que le sacie su
infamia.
Hiel y subterfugios en la putas palabras
Prostitutas en versos podridos y hueros...
¡Qué el perdón nos asista a tantos desalmados
Vendedores de humos a saldo en los mercados!,
Qué la furia del hambre que crece en los eriales
Agostando los labios,
Que maman sus miserias en piedras de salitre,
Caiga sobre el necio que se escribe indulgencias
Y se aferra a la gloria de la miel ahuecada…
¿Dónde escondes, ‘poeta’, tus vergüenzas?
Cada gota de leche que no alcanza la boca en un
niño harapiento
Es un verso baldío que se escupe en el viento
Y el viento nos devuelve…
Y nos ciega los ojos y araña la conciencia.
Si el verso no es un arma que apunte contra el
miedo
¡Decidme en qué Parnaso escondo mis vergüenzas!
¿En el nombre del qué, y del cómo y del cuándo,
Dormimos a los niños con fábulas y artimañas...?
En el tiempo
en que apenas marca en los relojes
La espada en un segundo,
Se derrama en los ojos lágrimas de leche
De unos miles de cientos de arrapiezos
hambrientos...
Piedra de salitre,
Dentellada mortal que crece y florece
En barbechos sembrados de sal e inmundicia.
En las cuencas vacías donde anida la noche
Las moscas se deleitan,
Alimentan codicias hambrientas
Punzando la carne de muertos en vida
Mamando la sangre... si es que sangre queda,
Las tetas de las madres, de arcilla reseca,
Manan un salitre de leche de piedra,
De grietas abiertas...
Que crujen los dientes que chupan miseria.
¿Hasta cuándo el silencio callará esta parábola?
Duele la impudicia en este camposanto
Que preña la tierra con este calvario sin cruces,
Duelen los quejíos
de tanto silencio inocente,
Duelen las vergüenzas rotas en la boca,
Las llagas del hambre que brota por ríos de sangre,
Sepulturas ciegas sin un crisantemo que llore sus
penas
Ni deje un aliento en el aire...
Duelen los pecados,
Duelen porque aprenden a morir callados
Sin un diosbendito
que entierre su escoria.
Piedra de salitre,
Maná del desierto que crece en los surcos de arena,
Leche de tinieblas que llena el vientre de cenizas.
Navaja que no hiere en la garganta
Y calla la conciencia, siempre impune,
Ajenos a un dolor, que a nadie espanta…
Las manos hacia el cielo, ¡una plegaria!,
Qué al menos haya un verso, una palabra,
Que grite esta condena, esta ignominia,
Que ahogue en las gargantas tanta rabia
De siglos de miserias y desdichas...
Amanece lluvia ardiente,
Yace el alma de los niños entre las brasas
candentes.
Desde el reino de los cielos una tormenta de fuego
Descarga toda su furia sobre la manos que imploran
A ese cielo sus plegarias,
¡Y el cielo les llueve bombas...!
Y una piedra de salitre para el hambre de sus bocas.
«…En la cuna del hambre / mi niño estaba /
con sangre de cebolla / se amamantaba…»
Beber,
con las venas incendiadas, llanto y hiel como aguacero
En
los párpados impunes
Y
los cristales de vidrio sellando todas las puertas
Lacradas
por los abrojos… en el camino a tus ojos.
Beber
la miel en su cáliz despertando de este insomnio
En
el filo del cuchillo que te rebana el resuello
Y
desencaja los goznes de las cancelas cegadas
Por
la hiedra que te enreda con veneno en sus arañas
Sin
versos que recompongan el mapa de tus espantos…
No
hay rumores en los huecos que el silencio
Va
dejando con su cruz en cada espina
Ni
en los mapas que perfilan los desiertos en sus horas
Encadenando
escondrijos en los relojes de arena
O
esbozando bisectrices por sus bordes
Cuando
el tiempo se desangra por las rendijas abiertas…
¿Quién
te escribirá epigramas que justifiquen tus versos
En
tu eclipse o en tu huida?
Cruje
el hielo en la ventana cuando el invierno envenena
Tus
sueños con su cadena, y el tañer de la campana
Te
encuentra cada mañana desnudo para el viaje
Sin
alforja ni equipaje y en las manos tus quimeras,
Tus
lejanas primaveras, para pagar tu pasaje.
¿Quién
recompondrá tu estampa cuando el miedo ya sea dueño
De
tu voz y tu palabra?
Beberte
la miel con hiel, aderezando el acíbar,
Cuando
el póstumo destino se diluya en tolvaneras
Y
el letargo de los días sea el vicio del olvido…
Y
el polvo de los caminos sea tu ultima promesa
Esparcida por los surcos de un destierro interminable.
Antonio Mata Huete fue vocal honorario de la Unión Nacional de Escritores de España. Falleció en marzo de 2024.