Aprendiendo a nacer


Ricardo González Alfonso

Nunca pensé nacer a los 60 años a miles de pies sobre el Atlántico, después de una gestación de siete años y cuatro meses. No es un absurdo, sino lo que sentí al ser excarcelado en Cuba y desterrado a España un 12 de junio no apto para el olvido

Mi debut como prisionero de conciencia ocurrió durante una primavera que la prensa mundial calificó de negra. Era uno más entre 75 cubanos encarcelados por creer que la libertad es un milagro posible, y no un delito de lesa patria. 

Dicen que la cárcel es una escuela. Es cierto. Por eso me esforcé por ser un alumno aplicado, de modo que aprendí a llorar de los ojos hacia adentro, con tal eficiencia que mis compañeros aún me consideran valiente

En unos meses ya andaba y desandaba los laberintos de almas náufragas. Conocí secretos y leyendas de asesinos de alquiler, de homicidas por amor, de traficantes de polvos ilícitos o de emigrantes clandestinos; y hasta ladrones que compartían cucharadas de azúcar durante jornadas de hambre

La zoología era una asignatura que se impartía cotidianamente. Aprendí a convivir con ratas, y hasta en ciertas noches de nuestro invierno tropical, pero invierno al fin, las contemplé con una ilusión de urgencia, muy similar al apetito. 

Además, fui el amigo solidario de arañas diestras, las que a veces me libraron de zumbidos verdugos y de picadas hematofógicas, cómplices de tantos insomnios

También conocí de soledades y de silencios cósmicos. Recuerdo que fue en una celda del ancho de un hombre con los brazos abiertos. Además, supe de hacinamientos fétidos y de bullicios sin treguas. De meses de una oscuridad tenaz, y de meses de una luz perenne.

En algunas materias solo asistí como oyente. Así supe que algunos presos comunes se especializaron en autoagresiones, como una solución torpe a la desesperanza. Fui testigo de manos mutiladas, de heridas mortales o veniales como pecados; y hasta conocí a un gay resuelto que se cercenó el pene y los testículos, en un acto de desespero por ser hembra.

Otros, agotados de tanta zozobra existencial, y más radicales, practicaron diversos métodos de suicidios, todos de una efectividad de asombro

Parte del programa de estudios consistía en la defensa del derecho personal. Sin opción teórica, la práctica era el recurso criollo de la huelga de hambre. La realicé durante 16 días, hasta que una parcela de mi voluntad se sintió satisfecha de su triunfo: recibir un trato tan malo como los otros prisioneros de conciencia y coincidencias; y no uno peor, por haber escrito un poemario clandestino y travieso: "Hombres sin rostros. Fue un ayuno vindicador sobre el ayuno forzoso y cotidiano del presidio. 

Como en cualquier escuela, había momentos de ocio. Se apostaban cajetillas de cigarrillos lo mismo en una partida de ajedrez que en un juego de naipes o de pelota. Además, conocí a traficantes y a consumidores de psicofármacos, diestros en evadir o sobornar a guardianes y reclusos delatores

Nunca faltaron los especialistas en riñas. Con unos cuchillos de desconsuelo y moho, pero filosos y hábiles, que dejaban huellas de sangre y de rencor. (Pero nunca matriculé esta asignatura). 

Siempre tuve facilidad con los temas oníricos. Al punto que soñé con tanto fervor con mi esposa y con mis hijos, que tengo la certeza que sintieron mis caricias en sus respectivos sueños

Casi fui un alumno ejemplar, pues solo suspendí una asignatura: el odio. De modo que no guardo ninguna ración de rencor contra mis carceleros, a pesar de algunas zonas de mi memoria

Ahora, después de mi nacimiento senil, contemplo al futuro con una esperanza de estreno, y como soy un optimista crónico, hasta sueño con regresar a una Cuba donde la libertad no sea una ilusión imposible. Por eso tengo la certeza que en los próximos 60 años no me será imprescindible nacer otra vez.

Ricardo González Alfonso es miembro de la Unión Nacional de Escritores de España.