RECETA GNÓMICA. Caliente flores de artemisa al baño maría, hasta que consiga escribir varias frases. Guarde la pluma y apague el fuego. Macere el caldo durante meses. Sea paciente. Cuando la esencia poético-filosófica esté lista, extiéndala sobre aquellas frases, para que una savia negra discurra por las pendientes precisas. Así germina un aforismo.
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Las redes sociales engalanan el protagonismo de un delirio. Un delirio cualquiera. Nada que ver con un delirio ensimismado, petaloso, como Delirios de lirios.
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Mediante tortura hasta un cerdo podría confesar que observa perlas al trasluz cuando no deshoja margaritas.
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Lo estrictamente humano sobrevive a los humanos en el tiempo de los árboles.
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Muerdo cada manzana como si renegara del paraíso por ver arder Troya.
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Si riegas la soledad, brotará de tus entrañas la zarza de la locura.
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El precariado místico —presumiendo de púrpura y laurel— regala consejos digitales sobre chakras, mano invisible y zumo de limón.
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En una sola patata está escrito el aforismo que da de comer a un país.
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PLAYA. En la contemplación puedes sumergirte en las turbulencias o amasar la arena bajo la sombra del taray. Verás al niño y al anciano. Serás el tiempo mismo.
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En los jardines aflora un orden sintético, de zoo.
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El agujero de la manzana me llevó a tu nombre.
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¿Cuántos siglos fluyen por la savia del imponente castaño? ¿Cuántas personas hacen falta para rodearlo? ¿Y para equilibrar la balanza? ¿Qué río luminoso manaría del caudal que filtran sus hojas?
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¿Dirás que las plantas no tienen cerebro cuando su esclavo mime tu jardín?
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La locura del lirio es tan barroca que se antoja verdad revelada. Cada mañana presume de abalorios de gota fría, trinchada hasta el rocío de Bashō.
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Como último desplante el romero de su cabello abandonó mi almohada.
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Los tachones salpican y sugieren, como si fueran el barro de la frase adecuada: esos niños que se pintan la cara de ceniza y sangre, y asoman entre los escombros para devolvernos un ramillete de claveles.
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Una muerte digna plantaría la secuoya que nos devore hacia la brisa.
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La mujer es rosa. Es una rosa sorprendente. Jamás vi
esta tonalidad. Me arrodillo y tiemblo. Poco más puedo decir.
Bernardo Amate es miembro de la Unión Nacional de Escritores de España.