Los montes de Buda, la planicie de Pest y el majestuoso río Danubio dan un aspecto especial a la capital de Hungría. Observándola desde la altura de las colinas más próximas, el panorama de la metrópoli iluminada brinda una impresión romántica, sublime, inolvidable. Atila ―nuestro simpático guía―, sabedor del poder hechizante del lugar, nos condujo hasta allí anoche, tras la cena zíngara.
En el amplio grupo de viajeros hay una docena de españoles. Paula, que cumple diecisiete abriles hoy, parece desconectada de la noche estrellada y de los otros tres miembros de su familia. Quizá perdura la rabieta de no poder quedarse en Valladolid. Su hermana, cuatro años mayor, sí pudo elegir y, agradecida, decidió viajar con los padres. Tal vez no hay rebeldía, tan solo que sus pensamientos dibujan siluetas en las orillas del río Pisuerga. «Son cosas del amor», dice Alonso, su paciente padre, cuando le interrogo con la mirada para saber qué le pasa a la jovencita. «No quería venir a este viaje familiar», añade resignado.
Disgregadas en las riberas de una misma corriente, enlazadas por puentes sobre el gran río europeo, en 1872 ambas poblaciones se unen bajo un mismo nombre: Budapest. Es la más hermosa capital de cuantas se asoman al “río azul” en sus casi
Arrastra el Danubio las tormentas de la historia, filtrando sus aguas bajo nueve puentes que aproximan las orillas de la ciudad. Circulan los húngaros ―y los visitantes― por su capital sin pagar peajes, saltando las cadenas de una larga y agitada trayectoria desde que las siete tribus magiares, capitaneadas por Árpád, sellaran la unión de sangre en el siglo IX. Doscientos años atrás habían emigrado desde la región de los Montes Urales, allí donde Europa limita con Asia y se confunden los dos continentes. Antes ya ocuparon esas tierras los celtas, los romanos y los bravos hunos. Asentados los magiares, la historia posterior de Hungría también ha sido convulsa.
Esteban, nacido pagano y bautizado cristiano, tataranieto de aquél líder absoluto de las siete tribus, también fue coronado rey (1000-1038). A sus títulos uniría más tarde el de Santo, pasando a la historia como San Esteban, el de la doble cruz, el gran Rey de Hungría. El templo religioso construido en su honor, con cúpula elevada hasta 98 metros, realza en belleza y proporciones.
A diferencia del simple turista, el viajero tiene la capacidad para ver más allá y encontrar belleza detrás de las fachadas. La Ópera, iglesias, sinagogas, museos, parques, la plaza de los Héroes, el precioso bulevar Avenida Andrassy, o la calle peatonal Vaci Utcaca ―repleta de tiendas de recuerdos, centros comerciales, restaurantes y pastelerías que también atrajeron a la emperatriz Sisí y sus damas―, se convierten en una singular sinfonía de belleza. Hay puentes que unen ―el de las Cadenas es el más antiguo y célebre―, y manantiales que brotan con aguas termales, baños activos desde época romana. Budapest se ha hecho acreedora de los sobrenombres de «Ciudad de los balnearios» y “Perla del Danubio”.
Es nuestro tercer día de viaje. Hoy toca crucero, ver Budapest desde las caudalosas aguas de su insigne río, que ahora transita con cierta quietud, sin bravuras torrenciales.
Continuará…
Manuel Fuentes González, vocal honorario de la Unión Nacional de Escritores de España.