Cafés y decisiones

Relato de Ricardo Asín Peral

Cerró de un portazo y todo quedó en silencio. Desde el sofá miraba la puerta esperando a que volviera. Pero solo esperaba. La televisión estaba apagada, la ventana abierta y la persiana subida. Únicamente la luz de la luna eclipsaba la oscuridad del salón ahora casi vacío. Miró el paquete de tabaco al lado del móvil. También apagado. Pero no quería fumar, quería hablar con él. Las continuas discusiones bombardeaban su cabeza de "flashbacks". Palabras que no querría haber dicho, acciones que debería haber hecho. Situaciones de tendría que haber evitado.

Se levantó repentinamente. Sacudió la cabeza y se fue a la cocina. Eran las tres y media de la mañana, encendió el fogón pequeño de la vitrocerámica, colocó la cafetera y se quedó mirando la luz roja. Por un momento solo recordó la primera vez que enseñó a su hijo a hacer café. Justo después de que su madre dejará de hacerlo. Apagó el fuego, cogió las llaves y salió corriendo de casa.

Baja a la calle y se acerca a la entrada del metro.

– ¡Hijo!

El chico se da la vuelta y termina su cigarrillo.

– Perdóname. No quería decir...

– Déjalo, Papá. No me voy por estar enfadado.

– No tienes que hacer nada.

– ¿De verdad quieres que los deje ahora?

– ¿Los?

– Tu sabes lo difícil que es criar un hijo solo, papá

– ¿Esta embarazada?

– Te lo he dicho antes de empezar a discutir. Solo he subido para informarte. No para pedirte permiso, ni razones.

– Yo...

– Te quiero, Papá. Pero ahora me toca enseñar a mí.

– Espera, espera. Sube a casa otra vez y hablamos. He puesto una cafetera.

– ¿Has apagado el fuego?

– Sí, hijo, sí. ¿Cuánto tiempo más vas a recordármelo?

Se abrazan y una lágrima se derrama por la cara del padre. Se escucha el metro. Lejano. Y pasa. No se monta.

– Me bebo un café y me marcho ¿Vale?

– Vale, hijo.

– Aunque no creo que el café a las tres de la mañana sea una buena idea.

– Bueno, hijo mío. A partir de ahora no vas a dormir. Vete acostumbrando.

La charla risueña queda interrumpida por una llamada simultánea a ambos móviles.

– ¡Qué raro!

– Es el mismo número.

– ¿Sí? ¿Quién es?

– ¿Quién es, Papá?

El padre cuelga rápidamente y echa a correr hacia casa.

– ¿Papá?

Una nube con olor a café quemado había inundado el ambiente en casa.

– ¿Pero no me has dicho que habías apagado el fuego?

– Y lo he hecho, hijo.

– Pero no has apartado la cafetera de la vitro.

– La luz se había apagado... Yo

– Pero sigue quemando, papá.

– Ya ya, ahora lo sé.

– Y antes también – se ríe a carcajadas.

– ¿Encima te descojonas? Hijo... ¿De verdad te vas a ir? ¿Y que haré yo solo?

– Papá... Ella también está sola.

Desconectan el detector de humos y se ponen a limpiar la vitro. El calor residual ha desbordado la cafetera y en la vitro parece que hayan apuñalado a un "Brownie". El olor a quemado ahoga y la luz de la resistencia sigue tenuemente encendida.

– Que se apague la luz, no quiere decir que el calor se extinga.

– ...

– ¿Qué te pasa?

– Nada. Acabo de darme cuenta de una cosa. Termínate el café. Seguro que Adriana te está esperando.