Casandra en el umbral (fragmento)

 

Isabel Martín Salinas

Argos bajo un aura irreal. Frente al palacio de los atridas envuelto en brumas, se yergue CASANDRA, sutil, casi traslúcida. Con vaporosa túnica, permanece de pie iluminada ante un público que, a modo de coro griego, escucha.

CASANDRA: De los muros abatidos de Troya, yo, Casandra, hija de reyes, vine a morir esclava en Argos. Toda mi vida fue arrasada en el torbellino de la guerra: ultrajada, cautiva del rey Agamenón, compartí su fatal destino. He sido asesinada por la reina Clitemnestra, que antes había dado muerte a su esposo, mi dueño. Todavía mi alma se estremece frente a este palacio, testigo de atroces crímenes antiguos y nuevos. Y lloro la desgracia de mi patria, destruida por el fuego, ahogada en su propia sangre. Yo, Casandra, la adivina, la loca, muerta en tierra extranjera, ya nada temo, pues el temor a la muerte, la misma muerte vence. Ante el umbral del Hades me presento, aún con el fragor de mi agonía en los oídos. Un tenue hálito me sujeta a la vida.

Desde la penumbra –dorados los cabellos, como estrellas los ojos– la belleza ilusoria de APOLO se acerca. Llega con los acordes y las voces de un himno: «Segundo himno délfico a Apolo», de Petros Tabouris.

APOLO: Soy yo quien te ha detenido en el umbral del mundo subterráneo.

CASANDRA: ¡Apolo! ¡Apolo! ¡El más cruel, el más vengativo de los dioses!

APOLO: ¿Qué me reclamas?

CASANDRA: ¡La ruina de mi patria!  

APOLO: No me mueven las lágrimas.

CASANDRA: ¿Has venido a celebrar mi desgracia?

APOLO: Sí. (Silencio). Escuché tu agonía.

CASANDRA: Ya ha quedado atrás.

APOLO: Supe que morirías a manos de la reina.

CASANDRA: También yo lo sabía.

APOLO: Pude detener su brazo homicida…

CASANDRA: ¡Hasta las puertas del Hades me persigue tu rencor!

APOLO: Yo no olvido un agravio.

CASANDRA: ¡Bien he sufrido tu venganza! Tú…

APOLO: (Interrumpe). Yo te ofrecí mi luz, que todo lo sublima.

CASANDRA: ¡Que tu luz te sirva a ti mismo! ¡No quise tu luz, ni tus deseos! ¡De ningún hombre quise nunca nada!

APOLO: Yo soy más que un hombre. ¡Eso debería haber bastado!

CASANDRA: Sin embargo, como un hombre común me requerías.

APOLO: Te concedí el don profético, tal como deseabas. Bebiste en las sagradas fuentes de Delfos. A cambio, debías yacer conmigo en amoroso abrazo. ¡Y no cumpliste tu palabra!

CASANDRA: ¡No la cumplí! ¡No! Era un cáliz del que no deseaba beber.

APOLO: (Irónico). Dulce como la miel es el amor. 

CASANDRA: Buscabas imponerme tu lascivia.

APOLO: Cualquiera mujer habría aceptado gozosa.

CASANDRA: Yo no quise nunca ser sometida.

APOLO: Desconoces el esplendor de la lujuria.

CASANDRA: No encuentro elevación en la lujuria, que, al fin, nos iguala a las bestias. ¿Qué grandeza hay en someter mi cuerpo a otro cuerpo? ¡No deseé uncirme a yugo de hombre!

APOLO: (Amoroso). Ahora contemplo la sombra de tu talle, la sombra de tu pelo. Todavía, a pesar de la muerte, hasta el leve rubor de tus mejillas. (Se acerca más a CASANDRA. Ella retrocede). Nunca te hubiese tomado a la fuerza. ¡Te deseaba mansa y amorosa!

Casandra en el umbral, está publicada en el volumen colectivo Teselas clásicas. Atopía editorial, 2021.

Isabel Martín Salinas está galardonada con el escudo de oro de la Unión Nacional de Escritores de España.