Cristina la de la góndola y un escritor frustrado

 

Manuel Jacobo González Outes

Empezó a correrse la voz por el geriátrico de que Manuel, el que fuera trabajador de la Renfe, sabía tantas historias como arenas de la playa y cada día concurría más gente a la sala de la tele. Manuel, se ponía en una mesa al fondo de la sala donde tenía una botella de agua de la que bebía un sorbo cuando  la boca se le secaba, o remataba una historia.

Aquella mañana, Manuel, esperó que dejaran de llegar asistentes a su monólogo, y cuando estuvieron todos acomodados comenzó:

A Cristina la de la Góndola, la llaman Lolita  por la vieja Lola, la Madam de la Góndola que murió a los ochenta, tísica de carnes y de conciencia. A los cincuenta ya había perdido la esperanza de formar una verdadera profesional. Así que malcrió nenitas de orfanato hasta que dio con Cristina Campoamor. A Cristina nunca se la vio gozar en la cama, más que por discreción, y también para que los primerizos no se acomplejaran. Cristina con los primerizos era muy mirada, no les llamaba desgraciados como otras en la Góndola, ni los apuraba cuando se ponían nerviosos, ya digo que era muy comprensiva. Lolita, se llama Cristina Campoamor, todo el mundo lo sabe, pero no se le encogió nunca a nadie por la  mentira.

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Juan Galpez quiso suicidarse cuando cumplió cincuenta y cinco años. Lo más seguro es que fuera un capricho, porque no tenía nada de qué quejarse: tenía  una buena mujer, e hijos que le ayudaban en el taller de carpintería. Juan Galpez quiso suicidarse a los cincuenta y cinco, lo que pasa es que no se dio decidido: uno nunca se decide del todo a la hora de abandonar los plazos del coche; los recibos del piso; las mensualidades de la lavadora...A alguno, a la hora de irse para el otro mundo, le pilla fría la intención, y le coge apego a lo primero que se le pasa por la cabeza.               

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Nicomedes Toral, no terminó nunca el libro que quería escribir porque lo apalearon  sus personajes, o sea,  los vecinos de la aldea .Nicomedes acostumbraba a quejarse de su mala suerte, cuando se emborrachaba  en la taberna de Quilmas:

–… ya os digo que se me rebelaron  los personajes, así no hay manera de terminar una novela.

– ¿Vas a seguir escribiendo Nicomedes?

 – Estoy esperando a que me llegue la inspiración, a saber lo que quiero decir y no otra cosa .Yo quiero decir verdades, y para eso hace falta estar inspirado. Todo artista sabe cuando le llega la inspiración…

– ¿Y tienes para mucho?

– Eso nunca se sabe, el único hombre que conocí que solo dijese verdades, todo el mundo pensaba que era mudo.

Manuel Jacobo González Outes es miembro de honor de la Unión Nacional de Escritores de España.