Azul
Vivían los años cincuenta en España, poco más,
cuando crecíamos en sus calles de tierra y barro,
mientras yo escuchaba con los ojos brillantes,
por el asombro de una historia mágica, que era
de azul mahón el color de una nueva primavera
que los muchachos, no importan sus nombres,
la llevaban prendida entre canciones y versos.
Hacia el final de las tardes se adivinaba al amigo
de tantos sueños que imaginábamos juntos, allí
plantados sobre los pies cara al sol transparente
y acaso muy lejano, preñado de afanes a ganar.
Caminamos impacientes por crear otras mañanas
pintadas de un azul cielo, inmenso e infinito.
Nos habían dicho que azul era solo color de mar
y de océanos, de ríos infinitos donde todas las aguas
fluían hacia horizontes casi imposibles, porque
allí, nos dijeron, brotan las palabras que abrían
conciencias para encontrar una gran inquietud.
Como unidad de destino, o mejor aún si cabe,
solo el hombre es el eje del sistema.
Todavía las oigo igual que un eco en las nevadas desvanecidas en el tiempo, y el azul
oculto entre
colores vacíos.
Luego está el gris. Ese color que todos señalan
para negar el bien y el mal, o que se pierde
sobre la tarde y la noche, en un absurdo caos,
hecho sin duda para romper todas las verdades
sobre un erial de medias palabras.
Quizá todos escondamos nuestros deseos más grises,
y son tal vez, porque se aparecen vacíos, huérfanos
de emociones, sin un valor de fuerza y rebeldía.
Otras veces supe que el gris pueda ser verdad
y me devuelva a pesar de todo, o sin querer,
aquella luz prosaica normal que otros esperan
cuando hayamos visto, inertes a nuestros pies,
los espacios invisibles donde no existe un final
y el tiempo se tornara elástico, curvo e infinito,
de modo que sea acaso el juicio último que así
mixtificara todos los ocasos sin sol ni aventuras.
El gris entonces se convierte en la indiferencia,
sentimiento que nace para no ser nunca nadie,
y alejado por la voluntad de nosotros mismos
al fondo acrílico de tantos rostros sin nombre.
Pareciera después de todo, que el gris nadara
de puntillas en mitad de un mar de carencias,
pero también es cierto que aquí aún perduran
o se inventan todo el espectro de colores, como
una excusa forzada que prefieren aquellos que
ignoran, a voces, la sutil armonía de las estrellas.
Blanco
Y de golpe se acerca el color blanco imaginando
la hermosa pureza ajustada a un vestido de novia,
a un alud de nieve que resbalara por la montaña
donde crece inmaculado el blancor de las gardenias
o el fondo de los ojos que guardan tus pupilas, al
darnos tu mirada que es limpia como el agua que
bebemos mientras hacemos el verso blanco, como
señal inmutable en toda búsqueda de libertad.
Cruzan el espacio nubes algodonadas que hablan
de aventuras inéditas escritas en libros famosos,
y nos viene a la memoria las tardes en blanco que
anuncian un tedio interminable y sin causa feliz.
Aparecen así sueños en blanco, en los que viven
la emoción por las cosas más bellas: esa voz que
nos dejara la música tan blanca, y la tela en raso
de un caballete de pintura; una blanca paloma
aletea deprisa por un alba de esperanza, que es
al fin, el destino de hombres y mujeres sin falta.
Navidades en Cieza 2023
De su libro corregido, Versos proscritos.
(Tarfe, 1995. Oviedo)
Eduardo López Pascual es miembro de la Unión Nacional de Escritores de España.