Lejos quedan ya los tiempos en los que la arqueología era, poco más, que un rimbombante nombre para la caza de tesoros, y el ser “arqueólogo”, una especie de autorización para trasladar a tu país, o a tus mecenas, todo aquello que encontraras a tu paso, sin más análisis, estudio ni clasificación. Afortunadamente, hoy, gracias a la arqueología, y otras disciplinas, podemos conocer de forma fehaciente, gran parte de nuestro pasado.
Así ocurre, como en otros
muchos, en el caso de la religión egipcia. Podemos afirmar que hoy conocemos de
forma bastante aproximada cuáles eran las creencias, los ritos, los mitos, los
dioses, los cielos y los infiernos a los que adoraban, alababan y temían los
antiguos egipcios. Gracias a esos conocimientos, afirmamos, casi de forma
innecesaria por la propia obviedad de la afirmación, que la religión era uno de
los grandes pilares de la civilización egipcia. Sin embargo, a veces, por
razones que “vaya a usted a saber”, cuestiones de gran relevancia quedan
arrinconadas, alumbradas con una luz muy tenue, demasiado tenue en algunos
casos. Así, creo que ocurre, y ya lo he citado en alguna ocasión en estas
mismas páginas, con el ámbito de la navegación en el Antiguo Egipto. Si la
religión, como hemos dicho, es uno de los grandes pilares que sustentan a la
civilización egipcia, la navegación es el otro. Hoy, me dispongo a apuntarles
algunas de las relaciones que, por supuesto, existían entre ambos.
Empecemos por un símbolo que,
todavía hoy (tres o cuatro mil años no son nada), es para muchos un talismán
protector que podemos ver en colgantes, pulseras, e incluso tatuajes; el ojo de
Horus, el udjat en su nombre egipcio. El cometido de este amuleto es
obvio; vigilar, mirar, observar los males del mundo, estar ojo avizor ante
cualquier peligro. Su vinculación con la navegación es obvia pues cumple todas
las funciones del vigía. Por tanto, los egipcios, situaban en la amura de sus
embarcaciones, muy cerca de la proa, sendos udjat, para que vigilaran (y
avisaran) de los numerosos peligros que podían acechar en las singladuras
fluviales; cocodrilos, hipopótamos, bancos de arena, otras embarcaciones…por no
hablar de peligros ultraterrenales. Pero muchos de esos mismos peligros, podían
ocultarse bajo la superficie, ¿también tiene ese ojo el poder de ver bajo
ella?, bueno, ante la duda, solían adornar con idéntico símbolo las palas de
sus remos. Al igual que hoy son muchos los que confían en la función de este
amuleto, son muchas las embarcaciones de pesca y recreo en las que podemos
seguir viendo el udjat, especialmente en el Mediterráneo oriental, tanto
en la costa europea como africana.
El gran Dios del Imperio Nuevo,
Amón, también tiene una fuerte vinculación con lo náutico, no en vano, algunos
de sus epítetos eran; “Padre de todos los vientos”, o “Alma del viento”.
Incluso existía la creencia que una agradable brisa, al amanecer o al
atardecer, era el mismo Dios brindando sus caricias. No era una cuestión menor
esta del viento, ya que, para remontar el curso del río, es decir navegar de
norte a sur, la presencia de este se hacía, en algunos tramos, imprescindible.
En dichos tramos, en aquellas épocas del año en las que estos vientos eran
inexistentes, la navegación, sencillamente, no era factible, al menos a gran
escala. Igualmente, es conveniente saber si navegamos por el Nilo, que el
simple hecho de pronunciar el nombre de Amón, era capaz de aplacar a los
cocodrilos, nunca se sabe. En relación con este dios tenemos la barca
denominada userhat-Amón, algo así como “poderosa proa de Amón”, que era
la barca que empleaban en las festividades para trasladar las imágenes de los
dioses. En definitiva, una suerte de paso o trono, de nuestros tiempos.
Nun era el océano primordial
del que emergió la colina primigenia, y en la que empezaron a surgir los dioses
mediante distintos procesos según la cosmogonía a la que acudamos. Para los
egipcios era una representación, o simbología, del “Gran Verde”, aquella
inmensidad sin límite ni fin que podían observar allá donde el Nilo terminaba,
un límite del Universo, un límite separador del Orden y el Caos, lo
desconocido, lo potencialmente maléfico. Era habitual que fuera representado
sosteniendo una barca sagrada con ambos brazos por encima de su cabeza. En
dicha nave, solían aparecer embarcados diversos dioses, y en el centro, el
escarabajo Khepri en su labor de empujar al disco solar.
Otra deidad fundamental en el
ámbito en el que nos movemos es Hapy. Aquí conviene puntualizar que son muchos
los que creen que Hapy representa al Nilo. No es así, hay un matiz, sutil, pero
diferenciador. Hapy no era el Nilo en sí, sino la crecida de este. Se suele
representar con aspecto andrógino, como la unión necesaria de lo masculino y lo
femenino para crear vida, que era, a fin de cuentas, lo que provocaba la
crecida del Nilo, ¡vida!
El caso de Isis es muy
peculiar, puesto que Isis, en la tradición egipcia no tenía una especial
relación con lo marinero, más allá de que como diosa preponderante en el panteón
apareciera representada, a menudo, a bordo de diferentes tipos de barcas
sagradas. Sin embargo, se convirtió en una auténtica diosa de los mares a la
que rindieron culto en ese aspecto hasta los emperadores romanos. Esta
transformación se produjo a través de dos vías. Por un parte, el intercambio
cultural con los pueblos del levante mediterráneo, provocó un sincretismo con
la gran diosa Asherat, también llamada Ishtar o Astarté según los pueblos de
procedencia. Esta diosa, especialmente en Fenicia, si tenía un gran poder sobre
el mar, siendo una de las principales deidades de un pueblo netamente marinero,
por lo que esa influencia sobre el ámbito marino, contagio a la Isis de los
egipcios, y a su vez, los fenicios asimilaron gran parte de la magia y las
cualidades maternales de la diosa egipcia a su Astarté. El otro camino, el otro
proceso, tiene que ver con Alejandría, que hizo
que, definitivamente Egipto se abriera al mar y, por tanto, la navegación ya no
solo se circunscribiera al Nilo, aunque por supuesto, los egipcios ya habían
surcado el Gran Verde. Como sabemos, ya en esa época el poder estaba detentado
por los griegos que, ni muchísimo menos rechazaban a las deidades locales ni
sus tradiciones. Así, Isis, se convirtió en la patrona, o la gran Diosa de
Alejandría, entre otras cosas, y de nuevo vamos a vivir un proceso de
sincretismo religioso, por su gran similitud con Deméter en el ámbito de la
fecundidad y la vida de ultratumba, de nuevo esa equiparación de los ciclos
naturales agrícolas, con el proceso de muerte y resurrección. Desde el siglo I
a.C. se tiene constancia de la alusión a Isis Pharia, probablemente en relación
con el popular Faro de la ciudad. Desde allí, desde Alejandría, la difusión de
Isis por todo el Mediterráneo, y especialmente hacia Roma, fue imparable. Tal
es así, que los romanos, asumen que gran parte de su sustento dependerá de las
decisiones de Isis sobre el mar, celebrándose dos festividades religiosas de
gran importancia en honor a la Diosa.
Las Navigium Isidis, se celebraba a comienzos de marzo para festejar el
comienzo de la temporada de navegación, tras el parón invernal de la flota, y
para, por supuesto, pedir los favores de la Diosa. La otra festividad era la
Sacrum Phariae, que se celebraba el 25 de abril, con la participación directa
del Emperador, y que se celebraba en el puerto de Ostia para celebrar la
llegada de la flota procedente de Egipto con el preciado cargamento de trigo,
no olvidemos que durante mucho tiempo a Egipto se le llamaba el granero de
Roma, y gran parte del sustento de la sociedad se debía a esos alimentos
procedentes de Egipto.
Si los vientos y los dioses nos
son favorables, seguiremos navegando.
Javier Sánchez Páramo es miembro de la Unión Nacional de Escritores de España.