Diario de Blas el taxista (presentación)

Relato de Pedro Almansa

Me llamo Blas Pérez de la Hoya, tengo 25 años y desde hace unos meses trabajo de taxista. Mi estado civil es soltero y vivo en casa de mis padres, junto con mi hermana Paca y mi hermano Pepe, ambos en paro. Laboral, claro, porque lo que es parar en casa no paran demasiado. Siempre con sus respectivas parejas. Económicamente se las arreglan con sendas paguillas que reciben del SEPE. No es gran cosa, pero...

Los dos acabaron sus carreras, aunque según dicen no encuentran un trabajo digno acorde a sus estudios. En el fondo les envidio y no les debo culpar por su actitud.., algo pasota. Doy fe que con Magisterio acabado, infinidad de currículum repartidos y un par de oposiciones fracasadas, he acabado de taxista esperando que algún día suene la flauta. «Si es que tendría que haber hecho Enfermería o mejor Medicina. Pero para eso tendría que haber sacado nota». Ahí no falta trabajo. En cambio, sigo ocupando la misma habitación de cuando era un niño, y cada noche, cuando regreso a casa debo enfrentarme al tipo de mirada, preocupada o de reproche que mi madre suele dedicarme, en función si la razón de mi tardanza es por motivos laborales o por ocio nocturno. La mujer se empecina en esperarme despierta y preguntarme en ambos casos:

—¿Qué tal te ha ido?

A lo que siempre suelo responder con un diplomático y poco comprometido:

—Muy bien, mamá.

¿Cómo la voy a inquietar más de lo que ya por su cuenta se preocupa contándole que el día no se ha dado todo lo bien que al propietario del taxi le gustaría? ¿O que mis intentonas por ligar  con la chica que me gustaba a rabiar esa noche han sido un tremendo fracaso y que la autoestima la tengo por los suelos?

—Me alegro, hijo —responde ella siempre con aparente alivio, aunque por su mirada me hace sospechar que no cree una palabra de lo que le he dicho. Me conoce bien. Incluso mejor de lo que yo mismo creo conocerme.

Mi padre en cambio, conductor de camiones toda su vida y en la actualidad también en paro, solo le interesa que haga bien mi trabajo y no le cree algún conflicto con Tomás, su amigo del alma; el dueño del taxi a quien le pidió el favor para que me contratara. Por lo que debo estarle agradecido. Y lo estoy. ¡Claro está! El hombre ha luchado mucho por sacar adelante a su familia. Por lo que a mí respecta, a pesar de todo me siento orgulloso de poder aportar mi granito de arena a la economía familiar.

Volviendo a la actividad que me ocupa, a veces las esperas son tediosas, pero el trabajo no está nada mal. Para alguien como yo, que siento curiosidad por las personas y sus comportamientos, debo admitir que la mayoría de las veces el trabajo me resulta hasta divertido. Sin embargo, en ocasiones también hay situaciones inquietantes que producen inseguridad, pero son las menos. Estoy aprendiendo a controlar ese asunto. Lo peor es que me muevo poco —es lo que tiene el taxi— y estoy cogiendo algo de sobrepeso. Pero tengo el propósito de apuntarme al gimnasio. ¿Cuando? ¡No lo sé!. Pronto, espero.

Por el momento debo dejar este diario para atender un servicio.

—Continuará—

Pedro Almansa es vocal honorario de la Unión Nacional de Escritores de España.